Dios le dio cuerpo de atleta, el entorno familiar y humano le hablaba de sueños de oro sobre tejidos de plata. Él decidió ser hombre. Así salió torero.
De su adaptación a la quimera familiar le quedó el deseo de gustar al público hasta convertirse por excelencia en el hombre-espectáculo del toreo. Del soplo divino que le había moldeado una constitución portentosa le quedó la gratitud transformada en pundonor. Su físico fuerte, flexible y rápido – un nuevo Aquiles homérico de “pies ligeros” -, lo adaptó a la realización de un toreo atlético, de burla dinámica del toro en la cara y en sus terrenos. Su bandera frente al toro es: si no soy más fuerte, sí soy más rápido que él.
El lucimiento que hace de ese poderío en el tercio de rehiletes, oculta y olvida manejos aceptables que tiene de otros avíos. Es muy buen y variado capotista, y un matador seguro y certero. El tercio de muleta se le escapa entre los pies que no pueden evitar la compulsión al movimiento, y este exceso de movilidad le impide incorporar a su toreo la ley del temple. Es una especia de “rap” musical rebelde ante cualquier sistema de armonía. Para la memoria colectiva, haga lo que haga, antes se recordarán sus correrías al toro en el tercio de banderillas que el embroque y la pureza de ejecución de esta suerte.
¡Y es una pena! Porque el Fandi es honrado con su concepto de la Fiesta-Espectáculo a la que se entrega con la misma puntualidad y eficacia que ese odelo de funcionario trabajador, inexistente pero imaginado. Porque es Valiente ignorando sangres o fracturas cuando ha firmado un compromiso, y se ofrece al espectador en cuerpo y alma, un alma de sonrisa perenne que contagia de facilidad nada menos que el encuentro con la muerte. Eso merece un valor y un respeto que corren el riesgo de frivolizar su carrera, sus gestos y sus gestas.
Granada le debe su asentamiento en la realidad y una visión más completa de su estructura caleidoscópica. Porque Granada no es solo el sueño perdido de la Alhambra, el laberinto musical del Generalife, el embrujo del Albaicín, o la metáfora gitana de Lorca. No, Granada es también el rincón moruno del arte del engaño al foráneo que se acerca al Sacromonte o al Zacatín, y es también el escenario donde se desarrolla el arrojo y la técnica guerrera del Gran Capitán, y la cuna del esfuerzo y la lucha de Miguel Ríos, icono de los viejos rockeros. Solo con este contrapunto de realismo firme, Granada puede sobrevivir con entidad propia a tanta invasión despersonalizante ayer guerrera y hoy turística.
El Fandi representa eso, la adaptación valiente a una versión del toreo que por la evolución ha perdido su depósito de incertidumbres y pasiones para hacerse espectáculo digno. Eso es el Fandi, …. ¡un respeto!
David Fandila “EL FANDI”