Quisiera dedicar este artículo a los anti-taurinos. No. No pretendo entrar en la polémica de Toros Sí, Toros No. Las Culturas y los Mitos pueden ser objeto de fascinación, de identificación o de estudio y conocimiento, pero no se merecen una moralización banal orientada hacia un rechazo populista (aunque en la historia de nuestra España de forma espasmódica y repetida, aparezcan estos acontecimientos que finalizan siempre en hogueras de personas o de libros). No estoy para peleas inútiles; prefiero seguir el consejo del buen refrán castellano de que al burro se le puede llevar hasta el río pero no obligarle a que beba agua, esto es cosa ya de su voluntad o de su terquedad.
Si hoy quiero hablar de Toros, de la Tauromaquia, o de esa Fiesta que antes llamábamos con orgullo Fiesta racional, es porque la entiendo como es una creación humana, de hombres para hombres (y aquí permítanme que generalice el término hombres para referirme a personas humanas y no introduzca ridículos términos del lenguaje inclusivo de género). Creación de hombres que se consagran y arriesgan su vida hacia la perpetuación ritual de un mito, el mito de la ilusión lúdica y fantasiosa del vencimiento de la Muerte (esa es la esencia de la Tauromaquia); y que este juego-arte-dominio, tenga una repercusión emocional grata, ya sea estética o epistemológica, para el interesado o el participante en esta Fiesta. (quien piensa que las corridas de Toros son un ejercicio de matar animales es que las ha confundido con un Matadero Municipal).
Y como voy a hablar de historias de Hombres, lo voy a hacer del significado actual – y para la historia del toreo moderno – de dos figuras de que este año, por motivos distintos han decidido decir adiós a su profesión: Juan José Padilla y Alejandro Talavante.
Juan José Padilla tenía un don en un punto superior a los demás: su valor. Se crió en el deseo de ser torero y llegó dotado de un cuerpo atlético del que se servía para burlar o engañar con sus quiebros las terribles tarascadas y en las distancias más impensables a los hierros más fieros de nuestra cabaña de toros bravos. Con el sobrenombre de “El Ciclón de Jerez” iba haciendo su historia de “torero legionario” apuntado a desafiar reses pregonadas de riesgos y peligros. No venía de estilista sino de hombre bravo, y como tal no pudo evitar que esas divisas dejaran sus autógrafos imborrables sobre su cuerpo. Cerca de 40 veces la geografía española le marcó rutas de cicatrices (Huesca, Valencia, Pamplona Zaragoza, etc..) que endurecieron su piel y pusieron a prueba un espíritu de coraje y resistencia para que las heridas y el sufrimiento no mellaran su ánimo.
En Zaragoza y aprovechando un traspiés a la salida de un par de banderillas, un toro de muerte apuntó certero al hombre y al torero con la seguridad de que uno de los dos no sobreviviría. La cornada que le partió cuello y cara terminó vaciándole el ojo izquierdo. El precio que pagaba por su valentía parecía demasiado alto de superar. Se presentía el fin de una carrera. No fue así, el Torero venció al hombre y con un parche sobre su ojo vacío, sobreponiéndose a dolores y a molestias auriculares imposibles de trascribir, fue capaz de transformar el “torero Ciclón” en el “Torero Pirata” y de este modo convertirse en el héroe popular de plazas y públicos. Una herida en escalpelo en la plaza de Arévalo completó aún más su atuendo de piratería. Nada le arredró y salió esta temporada a finiquitar el compromiso con su profesión después de 26 años de alternativa, con el último desafío en Zaragoza, la misma plaza que le dejó maltrecho y marcado para siempre. Su Vía Crucis final de despedidas por las plazas que le vieron triunfar o sufrir, no lo hizo para reafirmarse a sí mismo ni para ahuyentar posibles fantasmas, él ya había dado demasiadas muestras de que no lo necesitaba. En este último año toreó para los demás y para la Fiesta. Tuvo el final que se merecía, un brindis a sus hijos, un aplauso de gratitud al toro que le permitió el triunfo, y una salida por la puerta grande, a hombros de la emoción de todos los que nos identificamos con la Fiesta Brava. Era el homenaje a un Hombre-Testimonio que marcó el hito en el Pundonor, el coraje, el respeto a una Profesión y en la Pasión a una Vocación.
Ese mismo día, a la misma hora pero por la puerta de atrás, oliendo injustos aires de derrota, sin apenas aplausos con los que silenciar el vacío doloroso de un desmantelamiento de promesas, otro gran torero de época: Alejandro Talavante también decía su adiós a la profesión (esperemos que temporalmente) a través de la noticia sibilante de un twiter. Entendía que era objeto de un maltrato de inmerecimiento y desconsideración a la dignidad y categoría de su toreo por los sistemas (lobbies, circuitos, etc.) que se imponen hoy en el mundo del toro. Esos círculos de poder que a través de extrañas valoraciones designan escalas, y controlan la actividad, la economía y el impacto mediático y popular de los toreros.
Talavante es un torero especial. Ungido para la torería por la providencia de un gesto y un encuentro milagroso con el divino José Tomás, exhibió desde los primeros momentos de su novillería un poder inaudito para el dominio de los toros particularmente con su mano izquierda (aún hoy no igualada por nadie del panorama taurino). Su evolución y cambio tanto físico como mental en su meritoriaje se desarrollaron a velocidades estelares para acceder a la Genialidad. Esta es un don de muy pocos hombres; solo desde Belmonte la historia de la Tauromaquia encuentra un desarrollo semejante. Torear, hacía a Talavante ser más y más distinto torero, Talavante hacia a la Tauromaquia más rica e innovadora. Era la revolución del gesto imprevisto, del escorzo impensado, del pellizco genial de un arte que seguía encontrando formas nuevas y rincones sublimes sin visitar. Con él la incertidumbre y la improvisación gritaron Oles de gozo; eran los Oles del toreo libre, rebelde, sin cánones preconcebidos, nacido de un cuerpo que se había transformado para el quiebro y de un espíritu que jugaba a colorear el aire y los espacios.
Creyó en sí mismo porque representaba al hombre luchando por encontrar estética contra la Nada escrita y dominio contra lo desconocido. Y lucho y exigió ser como los mejores. Pero ese monstruo extraño de tres cabezas: empresario-ganadero-apoderado que se ha metido en el mundo del toro le pusieron veto, límites, o recorridos por plazas y divisas que él consideró inadecuadas a su capacidad y a su valoración. Esta vez no hubo apenas pelea; las oficinas de números, intereses y burocracias son más poderosas que la verdad de la sangre, la arena y el arte. Y Talavante se sintió excluido, arrinconado, expulsado de los altares donde quería seguir haciendo sus ritos de iniciación hacia lances imposibles e impensables. Su vestido de torear se encogió en la carne de un hombre derrotado por un entorno de Poder e influencias.
Y nos dejó el testimonio de la gesta imposible del hombre libre que luchó desde la individualidad contra los grupos de presión y de poder. Tal vez se pueda vivir, sobrevivir y morir en soledad, pero el cambio, la innovación o la creatividad parece que solo pueden realizarse bajo la subyugación de un lobby poderoso.
V.Rodríguez Melón
Aficionado taurino,
Octubre de 2018