La Muerte se llevó a Gregorio Sánchez, el Torero-Maestro, el Maestro-Torero o el Maestro de Maestros, que todos esos apelativos caben en su trayectoria profesional. ¿Hubo razón para su muerte? Tal vez esté muriendo un excesivo número de toreros, y en su más allá necesitaban de un Gran Maestro que les mantuviera firmes en los cánones de la ortodoxia torera, un Maestro que les hablara con el tono y la profundidad que requieren los valores eternos y constantes de la Tauromaquia, con esa “voz ronca del toreo” con la que le identificó la historia.
La muerte se lo llevó como le llevó la vida, en el silencio injusto de los triunfadores de la voluntad. Alejado de los soles ardientes y de las sombras aliviadoras que fueron su habitual caminar, se fue en el verde de una Galicia donde el horizonte apacible confunde la muerte con fantasmas ensoñados de otras vidas.
Fue GS un torero de la España pobre y pertinaz de los años 50, de los tiempos del NODO y de las películas en blanco y negro. De una España que como la Torería de los 50 que tenían su cara brillante hacia afuera viviendo de las luces de los Dominguín, de los Ordóñez, de los Vázquez y aún de la sombra de Manolete; luces que solo eran una portada ocultadora de nuestras oscuras apreturas y grises parquedades. Aquí, en nuestro interior había que leer y sudar saberes y oficios. Todo dominado por la letra pequeña y apretada de la censura, de la limitación, del texto clásico que se burlaba con el escondite clandestino de una editorial foránea. Había que saber vivir en el extraño secreto del no gozar ni sufrir en exceso. Solo así se eliminaban recuerdos penosos o no se perdía el tiempo en quimeras imposibles.
Los felices y coloreados 70-80 aún no se adivinaban por lejanos. Solo sabíamos movernos y caminar sin que nadie nos asegurara que era hacia delante. Un camino de esforzada actividad repetida para sentirnos más sabios y más expertos. Era el tiempo de alumnos y maestros, GS, eligió este camino. Así fue como alumno, constante y tenaz en el aprendizaje de la técnica taurina que le llegó sobre una vocación tardía, sin más bagaje –ni menos – que su valentía y esfuerzo para hacerse un nombre que terminó resonando a firmeza y a verdad; un nombre que profesó luego su identidad.
Venía de las doctrinas de su paisano Domingo Ortega con su concepto de académico sobrio y eficaz de la lidia, del llamado toreo castellano – cuando Castilla era todo Despeñaperros pa’arriba -, y hay que decir que GS respetó y amplió este legado.
Entonces no cabía reposarse en el éxito – temeroso de despertar envidias – ni en el fracaso –amenazador de culpa o de castigo – . Era otra manera de vivir lo que llamaron luego la post-guerra. Para vivir y crecer así hubo que hacer un nudo a la corbata de los deseos, las emociones y de los sentimientos; y acostumbrarse a respirar con sordina. Nada de pasado, se había agotado el dolor; nada de futuro, aún no era captable por la imagen ni por la palabra. Presente, solo presente. GS lo entendió así y metió detrás de sus ojos profundos e invisibles la sombra desnuda de un padre derribado a fusiles y los espectros de sus siete hermanos perdidos en campos sembrados de trincheras que de noche reclaman un recuerdo y una continuidad. Nunca supimos si sus ojos miraban el mundo o cegaban imágenes de su intimidad.
Y como contradicción, en ese mundo tan desvaído de satisfacciones, se imponía el deber de competir para no caer en el olvido. Competir sin más ambición que compartir las pequeñas cotas del prestigio, y competir con toda el alma porque había que defender la esencia de las cosas; el viento negro se había llevado la vitalidad exuberante. GS, tuvo que competir para alcanzar la idoneidad de Maestro y compartir esta categoría con otros Maestros defensores de la Verdad y del arte taurino como A. Bienvenida, con defensores del coraje como Andrés Vázquez, con el voluntarioso Curro Girón, el temerario Pedrés, el primer periodo del Gran Antoñete etc., etc, . competir y compartir tronos. La rivalidad era una palabra prohibida en cada acción, todavía traía sones de tragedia.
En ese camino, GS va a dejar una estela envidiable, nada menos que diez Puertas Grandes de las Ventas de Madrid, (nueve como torero de alternativa y una de novillero), la última en los finales de su carrera, en 1970, compartiendo cartel con figuras emblemáticas como El Viti y el Cordobés; parecía necesitar la nota Diez para asegurarse su idoneidad. Alcanzó dos veces cabeza del escalafón, temporadas de 1957 y 1959 y obtuvo Matrícula de Honor en Torería y Generosidad, no en vano se le recuerda por sus continuas participaciones en festivales benéficos y por su particular “guinness” en la anécdota de enfrenarse gratuitamente y en solitario a 6 toros de Barcial que despachó en 80 minutos cortando 7 orejas, tarde a la que acudió para subsanar la mala situación económica que pasaba el Montepío de Toreros y poder ayudar al sostén de su sanatorio. Ese día se arriesgó a dejar ver su grandiosidad tantas veces oculta por el sentimiento de humildad y de gratitud de su bonhomía. La afición le llevó a hombros hasta la puerta del propio Sanatorio; sabía que pujaba un héroe.
Una tarde de malos vientos y un público de crueldad a-histórica puso un mal punto final a una escritura ilustre.
Retirado de ovaciones pasó a oficiar su vocación y meritoriaje de Maestro dirigiendo la Escuela de Tauromaquia de Madrid por más de 30 años,. Nunca fue más torero y más maestro que en este menester. Desde este “su sitio” ofreció: en la clase la conferencia magistral, en el callejón el consejo oportuno y adecuado, en la calle el abrazo paternal que envuelve calidez y ahuyenta el desánimo. Por su voz, manos y palabras han pasado y tienen deuda con él nombres como El Juli, Cistina Sánchez, Abellán, Uceda Leal, Encabo, Robleño, etc.. larga orla en la que él figura en el cuadro de Honor del Profesorado. Donde siempre supo estar;
Desde ahora, sus cenizas roncas y grises reviven esparcidas en la arena del ruedo de la Plaza de Toros de Madrid. Sin duda harán a este coso más sabio, más justo y más generoso, … como fue su alma.
Junio de 2017