Ahora que empiezas a estar de vuelta de las cosas, por si la memoria se hace inquisitorialmente estrecha, la historia excesivamente seguidora de señuelos mediáticos o la justicia más ciega de lo habitual, y por si no se cumple la leyenda de tu homónimo de reinar después de morir; necesito levantar mi dedo justiciero para señalarte a ti como héroe triunfador de un trabajo que solo un digno sucesor del mítico Hércules pudo haber llevado a cabo.
En realidad ese trabajo mítico por el que se te recordará siempre: la dulcificación torera de los ”victorinos”, no es más que un detalle seleccionado y escogido que quiere resumir una vida como la tuya, dedicada a la preparación para ser torero-héroe, que desoyó los cantos de sirena que te acunaban una vida fácil de torerillo cortesano de Sevilla, tierra a la que los afanes conquistadores familiares ya habían colocado una cabeza de puente útil a tu desembarco.
Rompiste con ello y elegiste para tu aprender taurino, en vez del asequible colegio de monjas andaluz, el internado difícil de esa escuela municipal de sabores crudos que es el “valle de la muerte” de los alrededores de Madrid. Ahí, con el esfuerzo y el tiempo que requieren las cosas bien hechas, se injertó una muñeca de seda en un brazo de invencible acero. Cuando esa unión se hizo armónica e indisoluble entraste en Madrid o Madrid entró en ti y te declaró Torero Único.
En este juego de azares que es mucha veces el ejercicio del toreo, la repetida mala suerte a espadas te perdió muchos honores merecidos.
Antes de ti, la divisa del marqués de Albaserrada dispersa por varias puntas en ganaderías de la sierra madrileña para evitar su extinción, y agrupada básicamente en torno al nombre de Victorino Martín, había sido restituida a su lugar de privilegio torista por aquellos otros nombres de leyenda como Andrés Vázquez o Bienvenida. Luego después, en los tiempos y estilos de Ruiz Miguel, Galán, Márquez, Palomar, Esplá etc., había sido calificada indefectiblemente de alimaña tobillera e indomable.
Cuando llegó a ti, a esa mano izquierda tuya encantadora de diablos, la cuerna veleta aprendió a descolgar y buscar brotar surcos en el sueño, la capa cárdena y arisca pareció más brillante y moldeable, su trote arisco y bravucón sacó su parte danzarina y sin perder bravura ni peligro, bailó contigo sones de “durce” hasta construir faenas nunca soñadas por su dueño en los agrestes campos de Galapagar. La historia del “indomable” se detuvo en tus lances y aquél monstruo tantas veces indómito, seguía ahora la orden firme, pero también el paso armonioso de los vuelos de la tela, ya fuera de un capote que resucitaba al mismísimo Manolo Escudero o de una muleta enseñada a adormecerse a la sombra de la Giralda.
El trabajo estaba hecho. Los victorino dejaron de ser las “horcas caudinas”, tantas veces guillotinas de sueños de valientes, para ser asignatura de obligada paso a quienes querían firmar como Figuras de Tauromaquia. Un torero de Salteras, hecho a sí mismo, en la escuela y para la cátedra de Madrid, así lo había institucionalizado,
Mano izquierda al su caer natural. A la tela el justo vuelo. Pata’alante pa’cargar suerte. El brazo, que se mueva largo y lento. De arriba abajo, dando vuelta a la cadera. Siempre así, de afuera adentro. Nada más, y repetir. Tres o cuatro, y el de pecho. Así es la izquierda de El Cid. …..
Ya está el nuevo Cantar del Neo-Cid: … ¡cuánto vasallo espera este gran señor!…
Manuel Jesús “EL CID”