Antonio Ferrera es “hijo del cuerpo”, y como tal, por juramento, tiene valor y lealtad hasta el fin. No importa que él naciera en Ibiza por el aquél de los destinos itinerantes guardia-civilistas de su padre. Él se siente y es extremeño por torero, por valiente y por honrado.
En él nunca ha tenido mayor peso la propaganda que la verdad, la comodidad que el esfuerzo, el goce que la lucha. Ha hecho de la leyenda de la tierra su estandarte personal y enseñorea la conquista y la grandeza en su caminar por la vida con la misma naturalidad que una función fisiológica.
Tal vez porque sus triunfos, su vida y su toreo han llevado siempre la connotación de lo Legal, es por lo que no ha sido nunca un torero mediático, al que se le han robado nominaciones y premios porque su quehacer ha sido más eficaz que brillante y más meritorio que fotogénico. Aquí, desde hace mucho tiempo – como en otros escenarios – prima más la estética que la ética.
Desde su tierra pacense (Villafranco del Guadiana) tan adoptiva como natural y a donde llegó a los 7 años, se deja imbuir por el ambiente taurino que le rodea, y desde su paso por la escuela de Tauromaquia de Badajoz en la que aprende a “bailar toros”, sus compañeras de compás tienen todas apellidos rimbombantes de castas señoriales: Carriquiri, Miura, Palha, Adolfos, y particularmente productos de la casa de Victorino Martín con quienes parece tener un entendimiento idílico eterno y grato. No en vano tiene en su libreta multitud de anotaciones de quincalla de la “buena”: orejas, rabos y hasta el indulto para alguno de sus miembros.
Nada sirve a ese staff de hoy que domina el escalafón actual, que más parece una clasificación de la eficacia y de la capacidad de influencia de los apoderados que una valoración de los méritos de sus pupilos-toreros.
Nada sirve a Antonio Ferrera ser durante años triunfador absoluto de plazas de 2ª categoría (donde le permiten actuar), ni que consiga en las de 1ª apoteosis heroicas, nominaciones de triunfador ni Puertas Grandes como Nimes, Madrid, Pamplona, Sevilla, Bilbao, etc.,. Los circuitos de “Figuras”, no se abren para él con la frecuencia exigida a sus merecimientos.
Y eso que estamos ante un capote que a la eficacia añade un adorno excepcional de arte y de justeza, (es posiblemente el único maestro que por sí mismo saca al toro del peto del caballo con un quite artístico), que estamos ante el torero-banderillero que más de verdad “se asoma al balcón” en la suerte de banderillas en sus variedades de ejecución posibles (aunque la salida de esta suerte no sea estéticamente bella ni se adapte al estilo moderno-actual de levantar los brazos arriba como si fuera a bailar sevillanas), que tiene una muleta dominadora de acometidas bravas, de gañafones con sentido y liberadora de perversas alimañas. A todo eso él da sentido, orden, ligazón y preparación de una suerte suprema que ejercita sin trampa, cara a cara, de tú a tú.
Él sigue esperando en su puesto que le anuncien para alguna nueva caza de brujas en cualquiera de esas “corridas duras” a las que los del círculo de la fama se excluyen y le excluyen. Y también es sabedor de que su única alternativa al triunfo es el percance. Lo ha sabido toda su vida, él sale a ejercer su de su oficio, con la orden interna de obligado cumplimiento, lo que ocurra luego, si no es para bien, son … gajes del oficio.
Es verdad que goza tanto de respeto como de enemigos entre su propia clase. Tal vez sea una secuela de su pertenencia identitaria a la Guardia Civil que siempre guardó enemigos entre chorizos, trileros, y “trepas de bien vivir”; y también, de esa rivalidad envidiosa y degradante que otras organizaciones más “oficiales” le tienen a estos cuidadores del orden institucional (y aquí no hablo del orden público sino del orden solemne y riguroso de la Tauromaquia).
ANTONIO FERRERA, es por encima de todo: un Torero Poderoso, Valiente, Legal y Honesto, tanto en la presencia como en la ausencia o el recuerdo, dispuesto a dejarse la piel en cada actuación.
Antonio FERRERA