También la sombra del deseo del padre es alargada y no importan los rodeos que ha de seguir hasta asentarse allá donde quiso, en el cuerpo y la vida de su hijo. Esto le sucedió a Don Melitón Serrano, natural de La Carlota (Córdoba), criado en un ambiente taurino, con un padre que fue mayoral de reses bravas y él mismo se apuntó a vaquero en su juventud. Una de tantas crisis de este país en permanente amenaza de quiebra, le lanzó a Sabadell a un enajenamiento de sus tendencias naturales para colgarle en el trabajo de la construcción y poder dar soporte y techo a la familia. Su exilio duró hasta que vió torear de salón de manera espontánea y ante el espejo a su hijo. El embelesamiento y la fascinación que sufrió fue tal, que el impacto le llevó a vender su alma al diablo a cambio de que sus sueños llegaran a las muñecas toreras de Juanito.
Al niño Juan no le gusta el miedo que pasa ante las becerras que le ponen en ese gueto andaluz y taurino que los amigos de su padre han creado en la tierra catalana, ni le gusta recibir lecciones, él quiere estar solo e imaginar su tauromaquia con fotografías, con vídeos, con sueños. (ya vimos esta forma de aprender en Paco Camino) A él le gusta sentirse bonito, y elegante, y adornarse de admiraciones. No parece contar que a su lado las expectativas que despierta, rompen el marco de los espejos donde acostumbra a mirarse. Tal vez le asusten. No quiere desde luego ser objeto de los sueños cordobeses de otro califato. Se sabe con muñecas de seda pero sus dedos se empeñan una y otra vez en no pasar de orfebrerías de plata y espumas del Guadalquivir. Por eso se suceden esperanzas y desilusiones, olés y silencios, anhelos y olvidos.
Pero la carrera de los sueños del padre y de la afición cordobesa no puede pararlos. Han visto sus verónicas ganando terreo al toro, han visto la suave elegancia natural de su muleta, la sencillez del empaque, el toreo de un cuerpo ingrávido que se desliza en un dulce vals vienés, se ha juntado Johan Strauss con Antonio Montes y el personal grita con Joaquín Vidal convertido en Carrochano: .. – ¡se llama Finito, y es de Córdoba! – … ¡y la lluvia de San Isidro cesó para que el mundo te viera como hacías una Puerta Grande! ¡Y llegaban los AVES cargados de imágenes hermosas que la mayor parte de las veces se volvían vacías a cargar más sueños!. (Córdoba nunca ha renunciado aún a su andadura universal).
Así hasta que un día el silencio se hizo más largo de lo habitual y el espejo te volvió opaco. Te creímos desaparecido y engullido por los miedos paralíticos o ahogado como Narciso en su propia imagen, bella y asesina. Y una parte de la afición se escondió en un convento de novicia triste porque se le había ido su amor romántico.
Ahora que has vuelto renace, si no el amor, sí la sonrisa de saber que el perfume aún sobrevive al agua de colonia, y nuestros pictogramas de entonces recobran un discurso nuevo y permanente.
El extraño juego de los carteles te coloca ahora donde debías de estar siempre: el primero de la clase. A enseñar que lo bello es natural y viceversa. Que si se nace elegante todo lo que se hace es distinción. Que el toreo también tiene esa dimensión de modales de salón cortesano.
Juan Serrano “Finito de Córdoba”