Juan José quería ser Figura del Toreo. Cada final de temporada y ya regresado a su casa de Jerez siempre se repetía el mismo diálogo con su madre que le veía con cara triste
- Quiyo ¿qué te paza?
- Omá, yo quiero zé Figura der Toreo
- Pero quiyo, zi ya lo ereh, y de lo mehores que me dise la hente. ¡Ay que vé lo fiero que zon ezoz toro a loh que toreah y le clava ezaz puya!.
- Zíi omá, pero yo quiero zé Figura. No zabe Uzté como mira la hente ar Morante cuando voy a zu lao. ¡ Ze embelezan omaita!, ¡ze embelezan!
- ¿Y qué hay que jasé para zé eza Figura que tú dise?
- Mi apoderao me dise que pa’ ezo tendría que toreá toroz de figuraz, y ezo cuesta musso. Va a valé cazi un oho de la cara
- ¡Orvídalo hiho! ¡que ya tiés pa comé y pa’alimentá la familia. No no haga pazá má fatiguita, mi arma, no nasizte pa´ zer Zeñorito figura o como ze diga ezo.
- ¡Ay omaíta! Ya quiziera ovidahlo. Pero no zabe uzté que cozita le disen ar Morante o ar huli , cómo le miran,
Y así cada final de temporada, una y otra vez. Él sabía que no tenía el “ángel” de su amigo, ni creía en nuevas reapariciones de un Espíritu Santo tauromáquico que se le apareciese, pero erre que erra: Quería ser Figura del Toreo.
Tenía de su propio “capital” taurino, su tauromaquia. Era poseedor de una buena dotación de facultades físicas que se empeñaba voluntariamente en mejorar, era de Jerez, venía de familia taurina y… tenía Coraje y Valor para dar y tomar. Su toreo resultaba así fundamentalmente atlético. Era un toreo Macho, de Valientes, acostumbrado a burlar derrotes, gañafones, y todas las armas aviesas que el diablo ha puesto en las finas astas de ese bruto animal.
Las divisas más fieras tenían en él siempre un contrincante y su matador, empeñado en chocar sangre con quiebro, cuando no sangre con sangre. No solo su taleguilla, también su cuerpo guardaba firmas de las ganaderías más ilustres.
Se hizo imprescindible frente al Toro-Toro en todos los ruedos españoles. Pero él insistía en querer ser Figura. Su estilo, se valoraba probablemente poco en su tierra más gustosa del sueño del vino fino que de la modorra del caldo peleón. Y su toreo tiraba más bien a estilo simplón de Valdepeñas.
Probablemente susurrado por un demonio disfrazado de mentor, alguien le convenció que ser Figura solo se lograba toreando Toros para Figuras. Y entrar en esa rueda de los toreros-toros-figuras era algo muy caro, excesivamente caro ..
Como un Fausto actual, vendió parte del sí mismo al diablo, y éste, disfrazado de Pilarica, y del fantasma lejano de su casi paisano Manuel Domínguez “Desperdicios” atendió su favor y se cobró su impuesto en la feria del Pilar de 2011.
Ahora ya está acartelado en las ruedas con figuras. ¿Cuál es el resultado final? ¿se ha ganado una figura o se ha perdido un Torero Valiente?
Porque me temo que a pesar de haber “pagado” ese caro impuesto de pertenecer a la banda de esos elegidos del mercado, no va a pasar de ser uno de sus múltiples teloneros.
Añadido:
El tiempo me dio la razón. La cornada fue tan groseramente trágica y tan dolorosamente mostrada que no podía evitar conmover cimientos ni desviar identidades. Por ella, el staff de la Tauromaquia puso en marcha el protocolo de la Reparación y la Culpa en forma de ofertas de contratos. El Escalafón, antes cerrado, le abrió las puertas y le llamó camarada y compañero. El Público, siempre exuberante en sus reacciones de negación le declaró héroe, y Pamplona – tan dada en cambiar sangre por fiesta – le bautizó “El Pirata” y le inscribió en la lista de los tuertos famosos al lado de los Moshe Dayan, Aníbal, el almirante Nelson, etc.,. Él, hombre de buena pasta, de alma rebosante de gratitud y de sangre temeraria, se adaptó en lo que pudo a la biografía del multimutilado Blas de Lezo – enseña legendaria para satisfacer la venganza pendiente de la Armada invencible – y se puso a escribir la eterna y repetida historia del déficit sobrecompensado y del martirologio con premio final.
Como torero, ahora en permanente apertura de cartel, intenta torear más allá de lo que había sido previamente, el torero valiente anunciado como “El Ciclón de Jerez”. Así olvidó, todos olvidamos, que llevaba un cuerpo bordado a cornadas y claveteado de pezuñas de los Miura, Victorino, etc.. tatuado en arenas exigentes o despiadadas muy lejanas a las cálidas del Sur de su rincón gaditano de origen. Olvidó también su alegría natural, sus bizarros atuendos que le hacían más simpático aún, y se volvió ejecutor de lances anónimos y actor de espectáculos taurinos montados para un público que lleva o el aplauso incorporado al billete de su localidad y al que cuesta diferenciar la verdad de la interpretación.
Difuminado en su leyenda de mito, se nos oculta la realidad de un hombre honrado y valiente, de vida heroica por su capacidad para superar los maltratos médicos de una rehabilitación más dolorosa que el recuerdo, de un banderillero extraordinario en la modalidad que llaman “al violín” y de un torero con una afición a esta profesión que valora y a la que se entrega más que a su propia vida.
Juan José PADILLA.-