Ser “chulo” de Madrid, – y excluyo todas las connotaciones cuasi-proxenetas que pueda colgarse a esta palabra -, tiene una categoría-mito que le hace diferente a otros. Aquí, ser “chulo”, sobrelleva una historia respetable que hereda, y por la que asume una forma de estar – mezcla sintónica de osadía, engreimiento y solvencia “o sea, ir de sobrao” – ante las circunstancias adversas, que le confieren una categoría de héroe popular. Porque ser “chulo de Madrí” dista mucho y supera esas otras categorías de “matón de barrio”, guapo de verbena o presumido botarate de fin de semana que contiene la palabra chulo en otras demarcaciones. (evidentemente me estoy refiriendo a una sociología de la segunda mitad del siglo XX no al tiempo anti-histórico actual).
Tener ese calificativo, ese logro, es emparentar con el arrojo heroico de sus “hermanos” del 2 de Mayo, con Daoíz y Velarde, con la resistencia hasta el límite de Cascorro (soldado Eloy Gonzalo de la guerra de Cuba), con los del “No pasarán”, con el valor temerario del que viene a “Morir en Madrid” y hasta con el más chusco pero no menos difícil del .. – Julián que “tiés” madre ….- de la Revoltosa. Con esa historia que le identifica y le empuja, un chulo de Madrid cuenta sus actuaciones entre la gesta y la épica, y Miguel Abellán en su tauromaquia es eso: un “chulo de Madrid”.
Para empezar, no tuvo que preguntarse ni buscar su deseo de ser torero, le llegó desde su padre, desde aquel Miguel Abellán Brines, conocido como el “maletilla de Oro” triunfador de las corridas televisadas incluidas en el Salto a la Fama de los años setenta; torerillo posteriormente metido a la categoría de sobresaliente y al que una mala cornada en Valencia terminó con su pierna izquierda amputada … “a lo lejos ya viene la gangrena / trompa de lirio por las verdes ingles/ a las cinco de la tarde….”. Nuestro Miguel actual no tuvo otra opción que completar aquella vida truncada haciéndose torero y torero valiente.
Se inicia como torero en la Escuela de Tauromaquia de Madrid y tiene un éxito arrollador como su padre en su época de novillero. Como tal y con solo 20 años, llega a abrir la Puerta Grande de las Ventas. Dos más tarde (año 2000) hace lo mismo como torero y se erige en algo que va repetir en otras ocasiones, ser triunfador de la feria de San Isidro de Madrid.
Miguel Abellán tiene cara de niño, de niño impertinente, desafiante, con cabeza de medusa llena de rizos rebeldes; imagen de un David eterno, que subraya y perpetúa con sus vestidos blancos de torear, sobre los que las heridas de sangre resuenan siempre a carnes de vírgenes inocentes desgarradas por primera vez.
Su toreo, siempre de arrojo, de pundonor, de valentía, desde su aparente desvalimiento, nos representa siempre el enfrentamiento asimétrico del hombre frente a la magnitud del Destino y de lo inexorable (Vida o Muerte). Sus toros, a los que desafía, vienen desde esas divisas de pesadilla; y por este niño-torero han pasado pasaportando hules los Miuras, Adolfos, Escolar, etc.. para escribir una historia de torero de sangre en la arena, de Ave Fénix que resucita triunfante una y otra vez aunque pasen años de silencio letárgico esperando la cita de siempre:
– Vaya como vaya el año, la temporada y las circunstancias Miguel:, … ¡Siempre te quedará Madrid ….!
Miguel ABELLAN