Parece un hombre que anda a trompicones con su identidad. Ha empezado por tener difuminado hasta su lugar de nacimiento no subrayando su lugar de nacencia natural en las montañas leonesas, posiblemente porque esta zona no le aportaba suficientes antecedentes con pedigrí taurino; y deja ignorar también su temprano asentamiento posterior en Topas por no querer contaminarse de malos antecedentes telúrico-penales, para al final aceptarse una dispersa y etérea procedencia salmantina que es cuna por excelencia de “tierra de toros”. Tal vez se haya identificado o contaminado inconscientemente con esa difusa unidad identitaria que es la conjunción histórico-política de Castilla y León.
Como también tiene poco definida su tauromaquia, basculante más que integrada entre lo artístico y lo valiente, entre torero y hombre de toros.
Debió de ser marcado traumáticamente por la grave cornada que sufrió en su alternativa. Aquella promesa que venía de artista desde las escuelas salmantinas, hubo de superar un periodo de introspección y elaboración del que salió convencido de dos cosas: la primera, que en el terreno artístico podía ser superado; y la segunda, que las situaciones comprometidas se afrontan mejor en grupo que individualmente. Consecuencias de esta reflexión: se apuntó al cartel de legionario de las denominadas “corridas duras” (hay que subrayar que tuvo que empezar a buscarlas por Francia), y se hizo acompañar por un séquito de subalternos tan eficaz como lucido, ante el que se siente en la obligación de dar escenario y aplauso antes que a su propia imagen. Aunque este ritual puede estar movido por la culpa ligada a fantasmas infantiles de fratricidios cainitas aún pendientes de reparación.
El resultado final a este laberinto freudiano amalgamado en su desarrollo, es lo que nos viene ofreciendo, toda la gama del coreo campero en su más ortodoxia y pulcritud, convirtiendo cada actuación en una muestra individualizada de una corrida-concurso. Bien, eso está muy bien, porque además lo hace con toros-toros y en plazas-plazas.
Así los espectadores disfrutamos de la realidad –bravura y casta – de los toros, de las excelencias del encuentro con el caballo, de hermosos y variados tercios de banderillas, y cuando debía de llegar la hora del toreo de siempre pues…, o se ha agotado el toro, o no ha nacido el repertorio imaginativo del torero o ….. algunas veces ya se ha cansado nuestra expectativa….. ¡qué se le va a hacer!… recordaremos la duda unamuniana para comprender al hombre y compensar metafísicamente nuestra decepción.
abril de 2015
Javier Castaño