No sé si los genes, el ADN, circuitos neuro-biológicos, o las nuevas hipótesis que nos tocará escuchar como aproximación a esa última verdad del comportamiento humano, nos explicarán alguna vez de forma convincente el por qué se nace con determinadas tendencias que tienen tanta fuerza que se significan como valores psico-biológicos monitorizando el desarrollo vital de determinadas personas.
Rafael Rubio Luján nació abducido de valentía, y lo más importante que tuvo que decidir en la vida fue la forma en la que debía de realizarse como valiente ya que no estaba en su voluntad poder evitarlo. Eligió ser torero.
Ingresa en la Escuela de Tauromaquia de Murcia a los 8 años, y a los 11 se va para Jaén, buscando la sombra imitativa de Enrique Ponce con la que atemperar sus deseos irrefrenables de quebrar toros. Allí intenta aproximarse a ese “estilo levantino” de aparente toreo fácil, limpio, fino como un Lladró, “fuera de cacho”, pero a él le tira mal el aire picante y natural del pimiento murciano, que unido a su arrojo le ponen en marcha como novillero en torno a su demarcación de origen. No le es suficiente, demanda desde temprano estar presente en grandes y ya en esa categoría de iniciados se encierra en solitario con 6 novillos en Murcia a los que arranca un total de 8 orejas. No parece sin embargo suficiente currículum para entrar en el circuito de los privilegiados y fijos de cartel más allá de su territorio.
Esta realidad mutiladora de sueños va metamorfoseando su identidad; deja su nombre y apellidos (¡qué bien hubiera sonado un Luján como apellido taurino tan evocador de aquel otro Luján que nos dejó Sara Montiel en “El último cuplé”!), para convertirse en “Rafaelillo”; nombre evocador de adolescente travieso y pícaro, que ha “olvidado” las “buenas formas” de su formación teórico-técnica taurina. Ahora, viajando de cuasi-polizón en esa extraña nave de meritoriajes que es el escalafón taurino, está a la espera de una oportunidad para el asalto y robo a valiosos botines.
En el año 2008, la empresa de las Ventas de Madrid anuncia para San Isidro un lote de toros de José Escolar poco adecuado a las figuras del momento. Un representante levanta el dedo para decir: “- Sé de un torerillo de Murcia tan valiente como nadie y con más ganas de torear que ninguno – . Ese día, esa plaza y esa gesta van a hacer nacer un nuevo torero que re-abre el camino al toreo de toros legendarios, a emociones olvidadas y a un nuevo tipo de corridas: las “corridas duras” cuya senda han a seguir aquellos que quieran ser Maestros o Figuras.
Desde esa fecha Rafaelillo va a inscribirse en todas las Ferias que incluyan toros-toros, esos animales de perverso sentido que entran o salen soltando gañafones, que miran, miden y prueban al torero, a los que el de Murcia va a tolerar varetazos, volteos e incertidumbres; tauromaquia de taleguillas deshilachadas, toreo de “cante jondo” de camisas rotas y corbatín perdido, toreo que aunque básicamente de piernas obligará al toro a seguir los engaños construyendo faenas imposibles de ligazones impensables hasta el ahormado que permita la estocada final.
Olvidemos la estética, dejemos al corazón saltando entre congojas y alivios. Bienvenidos al recuerdo de las corridas duras y al héroe que hizo de ellas sueños de torero posible.
Rafael Rubio Luján “RAFAELILLO”