Toros en Valladolid
Voy a escribir sobre la ciudad de Valladolid aunque reconozco de antemano que puedo no ser objetivo con ella; no en vano aburrió los mejores años de mi juventud.
Empiezo por reconocer que es un lugar con suerte. Perdido como está en el centro de una meseta inhóspita (envuelta en nieblas de neumonía en invierno y a abrasadora de sol y deshidrataciones en verano) , parecía condenada al desamparo de una eterna intemperie, pero no fue así; frente a esa fatal ubicación, el destino la pellizca una y otra vez con gotas de una buena suerte que la revivifican y la engrandecen por dudosos merecimientos.
En un momento de la historia su vecino León, ya cansado y desinteresado de resolver luchas intestinas le cedió una corona declarándola noble y soberana. Y para rematar la cesión, en el apogeo de la grandeza centrífuga de España le va a nacer en su seno nada menos que Felipe II, destinado a ser el Emperador del más vasto imperio conocido. (Por cierto y entre paréntesis, uno de los hombres más obsesivamente aburridos y entrañablemente miserables que crió esta tierra), Valladolid lo acepta como hijo propio, una especie de mascota o de animal de compañía que guardará para siempre en su corazón. Este sueño imperial le va a prestar al carácter de sus gentes un ligero toque de arrogancia narcisista que hace que cualquier extraño que se acerque a ella se sienta sin tener otro derecho que el de ser un espejo donde Valladolid se mira y remira gustándose de sí misma y su grandeza.
Pasa el tiempo imperial, las glorias buscan ya un sitio de descanso en el rincón oscuro de la memoria, Valladolid empieza a ser recuerdo de sueños pasados y el impulso vital de la ciudad se mantiene al ralentí de su Hoja de Ruta –amalgama de pasos perdidos de estudiantes, curas y militares – , prácticamente está en la UVI; cuando toda su grandeza parece perdida, su suelo recibe la instalación de una fábrica de coches, y aquella raquítica Pucela se convierte de la noche a la mañana en el Centro de atracción de toda Castilla al encuentro de un trabajo fijo y bien remunerado en un periodo de particular pobreza en toda España. Y Valladolid crece y crece, su población se hace fija y estable, amplía su trazado irregular y trapezoidal hasta hacerla intransitable. ¡Se acabaron los itinerantes sin huella a la búsqueda de pareja para intercambiar miserias y soledades! El Campo Grande ya no es solo una quimera lingüística, es el logotipo de una realidad subyacente.
Y ya la suerte haciendo cabriolas le regala la capital de la 2ª Autonomía en extensión de España. Con ello renacen sus sueños imperiales y centrípetos a expensas de anular vorazmente la identidad de lo que le rodea. Hace de Palencia su barrio extramuros, como vieja envidiosa que es o se siente oculta a Salamanca (y su satélite Zamora) por el pedigrí que ésta tiene, y aprovecha la frialdad de León para meterla definitivamente en la nevera de la historia. Deja al lado Burgos ya de por sí aislada, introvertida y “libre-funcionante” y aprovechando la adición a la Herencia de las vecinas Soria, Ávila y Segovia forma un cerco a Madrid para soñar un día ser la alternativa para-central posible a una administración centrista y circundante.
No cabe duda de que históricamente ha sido una tierra bendecida por una suerte, que eso sí, ha sabido aprovechar en su propia grandeza, aunque tal vez lo haya logrado a costa de minimizar pirateadamente a sus vecinos. Así es – o me parece – Valladolid-Centro, un destartalado pueblo castellano que por mor de la suerte se apuesta ensoñaciones de ser en el futuro patrimonio de la humanidad. Así es, o lo tomas o lo dejas. (hay que contar que soy leonés y que por mi sangre ancestral, cortesana y parlamentaria corre un reguero de fraternal cainismo hacia ella).
Pero Valladolid no es solo su población capitalina y pija, también lo es sus tierras. Es buena Tierra de Campos, de labradores señoriales, de ricos transformadores de maderas y – el último regalo en esta moda de consumos digestivos – cuna y tierra de afamados vinateros. De esta gente pegada a la realidad y al esfuerzo nace también su afición taurina y ganadera.
Es la tierra donde pastan los “buenos toros del frío” de la dehesa Bolaños, y tierra también rica en buenos toreros, tanto individuales como dinásticos. .
Aquí nace la saga de los Luguillano, venida desde Mojados (cuna del buen “clarete”) que durante 50 años han circulado por esos ruedos españoles. Iniciada la dinastía por Clemente Castro “Luguillano el Grande” que se quedó en novillero, al que siguen Juan Carlos “Luguillano Chico”, desafiante y confrontador siempre en solitario tanto de divisas terribles como de mortíferas bacterias, y sobre todos la figura de SANTIAGO CASTRO “LUGUILLANO”, el más afanado de la saga. Fue Santiago Castro un torero ortodoxo, gustoso de buenas faenas y buen remate a espadas. No en vano Madrid le abrió por tres veces su Puerta Grande, hasta que una mala cogida con fractura de columna incluida le apartó de los ruedos y lo haya reducido hoy a director de la Escuela taurina de la dulce Medina de Rioseco.
Dinastía hasta en épocas recientes mantenida por la otra generación con Jorge y sobre todo DAVID LUGUILLANO que sigue una línea de torero distinta a la de su tío Santiago. David, es por el contrario a su tío torero artista que resume y ensalza el barroco de Berruguete con escorzos exagerados pero tan armoniosos como los del artista de Paredes de Nava, y que un día hicieron levantar de sus asientos a todo un público de Madrid en mitad de la faena. Como todo artista es irregular y seguramente frágil de técnica y de recorrido poco duradero.
A su lado y en el camino del clasicismo hay que destacar a MANOLO SÁNCHEZ, torero merecedor de más gloria que la que unos medios de comunicación tacaños y las sinrazones de las listas comerciales le regatearon páginas y triunfos a un torero o maestro-torero de ley, hoy metido a mentor y a empresario taurino.
Y también a César MANRIQUE, de apellido sonador a coplas y a poeta, habilidoso en hacer la suerte suprema con el estoque en la mano izquierda, tal como enseñaba el “papa Negro” a sus hijos y discípulos, para despachar tiros aquerenciados en zonas revertidas.
Y en la actualidad habría que destacar al artista LEANDRO MARCOS continuador de la estética de David Luguillano pero con más técnica y recursos, y a JOSELILLO, nacido en Madrid pero recriado para el toreo en esta tierra. Torero artista que ha tenido que meterse en la rueda de las corridas duras para tener sitio en los de primara línea ¡y bien que se lo merece!
Y se podría ¿por qué no? incluir en esta lista sin ruborizarse a Carlos ARRUZA, nieto de una “muchachita de Valladolid” a quien enamoró y se llevó un charro mexicano.
Y al mismo tiempo subrayemos la importancia de Valladolid en el panorama de la Fiesta Nacional en estos momentos, manteniendo dos ferias al año: la de Primavera de san Pedro Regalado y la de otoño de San Mateo,
Y también destacar ese extraño misterio que tiene su Plaza de la avenida de Zorrilla, y su feria de otoño, lugar donde con excesiva frecuencia dicen adiós a sus carreras taurinas infinidad de maestros (Palomo, A. Vázquez, el Viti, etc..).
De todos modos, y a pesar de lo que he dicho permítanme un consejo: ¿Conocen Uds. la ciudad? ¿No? ¡Visítenla! Aunque su trazado sea un poco destartalado tiene cosas dignas de ser vistas: San Pablo, La Antigua, La Universidad, San Benito… unos pocos dicen que la Catedral, etc… Pero sobre todo, hay algo por lo que merece la pena visitar Valladolid, que es oír hablar a los vallisoletanos. ¡Eso sí que es castellano! ¡Y castellano Viejo! Como el de algunos pueblos de Palencia (Paredes de Nava). Castellano sin acentos extraños cuando no extravagantes; castellano tal como es, con esos sones graves de Música Sacra que solo algunas lenguas tienen. ¡Ah Valladolid! ¡Quien pudiera tener tu voz para contar verdades! ¡Qué bien tienen que sonar en tu musicalidad!
Y dejemos la palabra – aunque sea escrita – para glosar y loar a quienes por su torería lo merecen, a los Domínguez: Fernando Y Roberto, con seguridad, los más famosos toreros de esta tierra.
ROBERTO DOMÍNGUEZ Díaz
Bien, ROBERTO DOMÍNGUEZ DÍAZ es de Valladolid, y además es un Vallisoletano de ley.
Nació acomodado, se acomodó en su historia y ahora, desde la comodidad que da el saberse relaciones públicas del torero más dominador del momento (El Juli), intenta que el mundo se acomode a sus pretensiones económicas y jerárquicas.
Él se supo torero desde niño; torero e hidalgo, con historia de blasones y leyendas. Él hizo revivir el retrato un tanto olvidado de otro buen torero castellano de la familia, su tío Fernando, artista y bohemio, torero de leyenda y leyenda de torero, que con su compadre el bailaor Vicente Escudero pasearon por Europa toda la Españolía posible. Era, por decirlo así, un “torero familiar” que llevaba en su apellido un pellizco de artista, en sus piernas un toreo campero, y en su carácter la arrogancia de demostrar que se puede ser torero sin pasar obligadamente por “el maletilla” de las capeas de los pueblos.
Roberto Domínguez hizo la carrera al revés, empezó desde arriba, arropado por sí mismo y por un coro mediático que trató de crear para Castilla la idea del Señorito castellano a semejanza del señorito andaluz. Como era un “chico estudiado” y tenía unos modales delicados le llovieron ofertas y posibilidades para erigirse en el “hidalgo torero castellano”, y de esta guisa nos enseñó un toreo limpio, aseado, planchado, envarado pero armonioso, despeinado pero inarrugable; y con ese talante distante y superior, supo estar a los toros y en los toros con triunfos aceptables de Despeñaperros pa´rriba.
Su toreo tenía que adaptarse a su personalidad, ser toreo de Corte. Nada de sudor ni de coraje (eso es falta de clase), como máximo hacer el toreo por bajo con dobladas que nos mostraban lo bien que le salían las reverencias de la corte, y el toro, dominado y sometido. Nada le gustaba más que tener al toro humillado y finiquitarle con un artístico golpe de descabello para dar por terminado el día en esa instantánea de superioridad que necesitaba su Ego ¿sería una adicción? Que conste que su ex-vecino Felipe, también tenía un truco para que los embajadores llegaran a él temblorosos (por el esfuerzo de las empinadas escaleras del Escorial) y que él entendía como un halago y una pleitesía de la que disfrutaba.
Como algo fallaba en ese intento de armarle “caballero” se le envió a Inglaterra a perfeccionar estudios y a añadir a la apostura pucelana, la arrogancia del dandy de las islas. Y allí, extrañamente allí, en las verdes praderas de Eton o de Oxford, ante las bobaliconas vacas británicas se le despertó o avivó una nueva vocación taurina. Hombre Roberto, ¿tan mal se te daba el inglés como para hacer tuya esa historia?
Hay que reconocer que ese segundo soplo vocacional ya personal y no familiar, nos trajo un Roberto más serio en su torería, más dominador – si cabe – de sus toros que trataba como súbditos y a los que no perdonaba un pase que no fuera de castigo ni un zapatillazo en el morro si no le obedecía a su envite, con lo que la fuerza de éstos y su oferta de lucimiento quedaba claramente mermada. Ese fue su estilo de toreo: “imperial a lo Felipe II”, empezaba por humillar al toro con sus dobladas por bajo (magníficas) y terminada humillándole para lucirse con el descabello (el único que lo ha hecho con torería). En su haber, hay que subrayar que este ejercicio de Dominador lo fue de cuantas castas probó, y que no hizo ascos a ninguna de las ganaderías tenidas como terribles por los 80, (Victorino, Miura), ni a los cosos más exigentes como Madrid, Bilbao, Sevilla en su última época o Pamplona. (Salvo aquel lunar de la corrida de Victorino que quería torear en solitario, y que fue rechazada por “presuntos arreglos en las astas” nunca debidamente aclarado, pero al final ejecutado con éxito). En todos quedó bien. Chopera apostó por él y no creo que perdiera nada. Tampoco debió de ganar demasiado. Con el desafío a “cosas serias” empezaron a llegar los percances y no era cosa de manchar su terno con demasiada frecuencia, así que parsimonioso y altivo, se fue sin un mal gesto este buen torero de nuestra fiesta. Se fue a torear oficinas y despachos y ahí intenta seguir con su estilo de Poder.
Difícil de resumir su trayectoria, se podrá decir de él que le sobro facilidad, le escaseó entusiasmo y careció de humildad de transmitir al público la emoción del miedo.
Y es que ….tal vez, en cualquier faceta de la vida, haga falta pasar “jambres” y dolor si quieres contarlo a los demás.