No es fácil pasar de niño a hombre manteniendo los mismos atributos y la misma competencia. No lo es nunca para el niño-adolescente que se sabe y le presienten triunfador, que ha sido rodeado de un coro de aclamaciones y al que el poder le susurra al oído ejercicios futuros sin límite. Ese paso “a hombre adulto” difícilmente se hace de forma ininterrumpida y silenciosa, más frecuente es que haya que cruzar las turbulencias de un cabo de Buena Esperanza que no asegura la existencia de un mañana, o hacer una Travesía del Desierto que transforme el presente en una experiencia tan inhóspita que empuje al abandono o a la parálisis.
Algo de esto le ocurrió a Manuel Escribano Nogales, mozo venido de Gerena a Sevilla para promocionar y promocionarse en expectativas de una carrera de novillero en la que no parecía tener fin ni las aclamaciones de la afición, ni de trabajo para los médicos-cirujanos que cubren las enfermerías de las plazas, ni de geografía (no le importó hacer su primera novillada con picadores en Venezuela)
Lleno de esos ardores juveniles “sube” a tomar la alternativa en Aranjuez, y ahí, confirmado en su nueva categoría de hombre, su mentalidad y su vida sufren una profunda crisis y se marcha al “rincón del ángulo oscuro del arpa de Bécquer” extraviándose como torero durante varios años.
¿Qué ocurrió con este joven de amplia sonrisa? Acaso las cosas ya no son como eran. La valentía, el arrojo, la temeridad ya no se viven inocentes y reversibles como en los comic de los niños-jóvenes; ahora tienen una dimensión de realidad, de riesgo y de reparación imposible que antes no tenían. El éxito ya tiene precios, subordinaciones, no es fácil ni limpio como lo soñó su omnipotencia infantil; ahora al hombre de da miedo el otro hombre porque puede dominarle hasta anularle, ese “otro hombre” que no siempre está colocado fuera de nosotros.
Manuel Escribano resuelve este dilema como puede, se aferra al nombre de “Manolo”, – nombre más de galán de copla que de maestro de toros- , y que como más popular le hace sentirse más protegido de intenciones aviesas y proporcionarle un halo de amistad para entrar en el mundo que le rodea. Así se nos presentará: campechano, sonriente, afable, ahuyentando miedos y peligros.
En la Feria de Abril de 2013 (para luego fiarse de las supersticiones), el destino le echa una mano y le invita a salir del ostracismo. Una cogida de “El Juli” le brinda la posibilidad de sustituirle en el acartelamiento nada menos que frente a los Miuras en su Maestranza sevillana.
Manuel, Manolo, acepta el órdago y desoreja por partida doble a su segundo enemigo. Desde ahí, y por su toreo tan valiente como artístico retornan los sueños de antaño y despiertan las expectativas que tenía como novillero hasta llegar a apostarse por él como Figura reinante para la Feria siguiente. No logró esa categoría pero no perdió posiciones. A la afición, – y a los mandamases de este tinglado- les gusta ver a este toreo, que no se empacha en las corridas duras y que se gusta y gusta en las comerciales. Va de los Miuras a los FuenteYmbro con la misma familiaridad que hacía Gerena a Sevilla.
Ahora tiene prisa por vencer el miedo. No espera ver como es el toro, va por él a portagayola, a decirle que allí solo está él, dispuesto otra vez al éxito sin importarle que el hule se ponga por medio, y que si hay que pasar miedo que lo pasen otros, que para eso él se encarga de traerlo desde los dioses oscuros a base del encuentro imprevisto y aireado de capote, los pares al quiebro por los adentros, la cercanía hierática en la muleta, y todo esto rebozado de pinturería sevillana.
Así torea Manolo Escribano: una congoja en cada lance, un suspiro de alivio en cada remate.
Manolo ESCRIBANO