Dn. José Luis Ramón publica en la sección “la Opinión del Director” de la Revista “6 Toros 6” (núm. 1.08, 22-septiembre-2015), un interesante artículo, centrado en la falta de Eco en el público de una serie de suertes enormemente arriesgadas que los toreros actuales, figuras incluidas, hacen y repiten con cierta asiduidad. Y él achaca a la repetición de la ejecución por casi la totalidad del escalafón taurino de ese tipo de suertes, la disminución o pérdida de la resonancia e impacto en los espectadores.
Estoy de acuerdo con él. Este año parece que “toca” el toreo de capa rodilla en tierra, el remate de alguna serie de muleta con la “arrucina”, y los inefables intentos de toreo por faroles con cualquiera de los dos tipos de engaño, suerte ésta de dudoso gusto estético aunque la ejecuten los toreros de semblante más circunspecto.
Pero no quiero quedarme solo ahí, en la ratificación del contenido de su artículo, sino intentar seguir pensando algo más en esos dos parámetros que él indica: la repetición de las suertes y la falta de eco, o de sintonía emocional en el público del toreo actual, que se desliza suavemente hacia lo que sería catastrófico para la Fiesta, que fuera el Aburrimiento el estado de ánimo más frecuente que envuelva su realización, o lo que es lo mismo una progresiva des-emocionalidad del toreo..
Esta posibilidad me inquieta y me entristece, tanto como ver las plazas semivacías o vacías aunque el cartel que se ofrezca tanto en ganaderías como en toreros, no pueda ser en teoría más atractivo.
Desde ahí intento pensar en alguna de las múltiples causas que puedan coadyuvar a este declive de arraigo sentimental de la Fiesta en nuestra afición. No cabe duda de que no estamos en el mejor de los tiempos para ella, peligra su supervivencia, y me doy cuenta de que pienso y escribo con la conciencia “oscurecida” por el pronóstico de su futuro desde este presente en el que tantos elementos de Poder (político, mediático, presión de creencias de determinados colectivos, etc.) se han vuelto en su contra. Tal vez alguno de estos pensamientos que voy a exponer pueden ser comunes con los de otros aficionados, y así entre muchos, todos y más, podamos inspirar soluciones útiles a las instituciones competentes en el manejo de la realidad para que actúen en su protección.
La Fiesta Nacional – como se llamó siempre – o Brava – como se llama ahora en lenguaje “políticamente correcto”, nacido de melindrices -, se llamó “fiesta” por la necesidad de rodear anímicamente con ese estado de ánimo, algo tan siniestramente terrible como es el juego público de la vida de un hombre frente a un animal bravo. El encuentro Hombre-toro, está en su base dominado por esta turbulencia de emociones que acarrea la proximidad con la Muerte, esa es su esencia y su universalidad. La corrida en sus inicios hasta bien entrado el siglo XX se anunciaba como “6 Toros de Muerte”. El Toro fue específicamente el símbolo de la muerte, y la corrida el sueño-juego del Hombre de burlar su poder. El espectador evidentemente se identificaba con el torero y gozaba de la victoria de este “sueño de vida”.
La necesidad de atemperar esta emoción y hacerla más “tolerable a su digestión mental y social” ha llevado al colectivo tauromáquico (protagonistas-afición-entorno social) a sustituir esta experiencia emocional por otras más tolerables. Tal vez nos hayamos pasado en el intento y el resultado ha sido un producto excesivamente light.
Me gustaría pensar desde 4 vértices distintos esta evolución o trasmutación de la Fiesta que la llevan desde el arrebato entusiasta al aburrimiento final, subrayando que estos cambios evolutivos, sin cortes bruscos que se puedan prever y manejar son más inconscientes que conscientes, y lo que se puede reprochar a las instituciones responsable, es que en todas las adaptaciones de la fiesta no se haya pensado suficientemente en ellos al dictar normas para su mantenimiento.
1.- El mito de la Muerte: una banalización.
El hombre tiene como parte de su dinámica psíquica el objetivo de una progresiva mejor adaptación al entorno; para ello dispone de un cúmulo de estrategias más o menos útiles a ese objetivo. Hoy aceptamos que lo Otro, lo que nos rodea, lo que llega a entrar en nuestro campo de conciencia, es una mezcla de la cosas en sí – con sus rasgos distintivos – y de la forma en la que realicemos la percepción y su consecuencia: el registro como representación mental. Paradójicamente la profundización en el conocimiento de la esencia de las cosas trajo el reconocimiento de la importancia del Subjetivismo y el “Principio de incertidumbre” de Heisenberg. Así, sin caer en la omnipotencia ni en la locura, si no podemos hacer cambiar la esencia de las cosas, podemos cambiar su representación psíquica hacia una mejor tolerancia, en pro de evitar el dolor que el contacto con “la cosa” nos produce.
Aunque este no es un espacio para profundizar sobre este tema, creo que no nos cuesta reconocer que “La Muerte”, ese fantasma-realidad de Terrible poder y de impacto, capaz de ser un organizador de nuestra vida psíquica, ha ido perdiendo categoría trágica. Hoy, el hombre ha desplazado su miedo a la Muerte por el miedo al Sufrimiento. El hecho de la Muerte ha perdido esa resonancia para tutorizar todos los sentimientos y pensamientos de un colectivo relativamente importante. Tanto el acto de morir como el sepelio se han burocratizado en instituciones que lo difuminan casi en el anonimato (Hospitales y tanatorios). El cortejo fúnebre, con toda la liturgia que esto suponía, ha desaparecido. En el mejor de los casos el duelo queda muy reducido a las personas próximas al un muerto individualizado y reducido al pequeño grupo familiar que le ha rodeado en la última etapa de su vida. Y por si fuera poco, si no estás listo para evitarlo, la Compañía aseguradora te cuelga un psicólogo del brazo que se esfuerza en la expulsión del dolor y la negación del registro mnémico de la ausencia. El duelo así abortado, terminarán en la cabeza del psiquiatra y del médico generalista que se harán cargo de la enfermedad psicosomática en la que se va a transformar esa experiencia emocional de pérdida.
Con todo esto la Muerte ha perdido capacidad mítica en la aparato mental de este grupo humano más o menos próximo en el que vivimos, y con ello han perdido también fuerza sus simbolizaciones, entre ella el Toro como símbolo de Muerte. Si mantiene hoy un mito, éste está más próximo a las servidumbres que exige la vida actual. La emoción de burlar a la Muerte se ha desplazado a la de Burlar las dificultades de la vida, y ahí la Fiesta ha perdido Universalidad y trascendencia.
Desde este vértice tenemos que reconocer que una gran mayoría de nosotros somos auténticos toreros que hemos de burlar repetidamente toros con tanto trapío como los de ganaderías famosas. ¡Pónganse Uds. en la disyuntiva de elegir entre las acometidas de un miura y una hipoteca, las de un “Adolfo” y una amenaza de paro, o las de un hijo con vocación-necesidad de másteres repetidos, etc.! ¡¡No hay color! ¡Demasiada competencia para los herederos del arte de Cúchares!
¿estamos haciendo colectivamente un olvido de la Muerte? … probablemente sí de sus resonancias sentimentales. Si es así las “celebraciones simbólicas o litúrgicas sobre la muerte” puede que estén cayendo en desuso.
2.- El mundo de los sentimientos: una desactivación.
Si ha habido un sentimiento que acompañe a la Tauromaquia en su importancia histórica ha sido la Rivalidad. España tiene una historia de deuda con ella en su papel de contener este sentimiento en los márgenes tolerables de aficiones divididas, que se mantuvo en épocas de crisis y convulsiones sociales, y cuya pérdida – sin una alternativa entonces de espectáculos masivos y competitivos – llevó a la confrontación directa y cruda de las 2 Españas.
No es este tampoco un espacio para dilucidar el origen de este sentimiento tan básico en el colectivo del pueblo español, un macro-grupo que basa su identidad en la permanente diferenciación confrontada con el otro y que busca un Encuadre, un Marco, en el que esa competitividad sea abierta, sin vencedores ni vencidos. Esta posibilidad no es tan utópica, otros países la logran.
El “Planeta de los toros” siempre tuvo la rivalidad como bandera. Basta repasar la historia: Pedro Romero – Costillares o Pepe-Hillo, Cúchares-Paquiro, Lagartijo-Frascuelo, Guerra – el Espartero, y así llegamos al momento cumbre de la rivalidad entre Joselito y Belmonte. La muerte del primero dejó un agujero irreparable. Sin él, no hubo afición que la sostuviera y hubo de emigrar a México hasta nuevos renacimientos. Posteriormente se han intentado crear nuevas parejas rivales sin demasiado éxito: Manolete-Arruza, Ordóñez-Dominguín (tal vez la más lograda), Aparicio-Litri en la escala inferior, etc…, pero ya no hay énfasis ni eco en la afición de esas rivalidades. Ni se promociona en los festejos, ni se enfatiza en los canales mediáticos. Aquí sólo tiene partidarios el que triunfa, nuestras chaquetas identificadoras se han vuelto mágicamente tornasoles.
Y paradójicamente esto ocurre en un periodo en el que nuestras figuras de hoy, entrarían muy gustosamente en esa rivalidad porque así lo han mostrado cuando han tenido oportunidad de ello: El Juli, Talavante, Perera, Fandiño, Urdiales, Escribano, y ¡cómo no! El gallo-tigre Castella, etc.., ¡qué bien podríamos aprovecharnos de esta circunstancia! En cambio los carteles en su mayoría se construyen con un veterano telonero en actividad pre-jubilar, un “maestro” no discutible, y un tercero en ejercicios de meritoriaje. ¿poca rivalidad verdad?
Otro bocado mortífero a la Fiesta.
3.- Variaciones sobre el Toro: Una desnaturalización.
¡Vaya por Dios hasta el toro ha tenido que adaptarse a las circunstancias! No hay especie que quiera perdurar que no intente adaptarse al medio. No es un fenómeno nuevo al toro de Lidia; ya los años 40-50 los desastres de la guerra sobre la cabaña nacional hicieron pasar por toro el utrero arrogante o peleón, un adolescente venido a más en un mundo de machos escasos y deprimidos. Y este utrero prolongado tomó carta de presentación como especie genuina y madura. En los felices y pujantes 60 la demanda de festejos y la amplitud del curso para las figuras en torno a las 100 corridas/año y para mantener la integridad física de los actuantes, hubo de “arromar” sus defensas para sobrevivir al Espectáculo taurino, y ya para adaptarse a la modernidad del toreo artista del nuevo siglo se le pidió algo más, que fuera manejable, es decir, que tuviera una embestida noble, un andar pausado y humillado, una obediencia a los engaños impropia casi de los chinos, bonito de lámina pero no de exigible fondo – no sea que se canse el torero -, es decir que aprendiera a ser “toreable”, olvidara su natural capacidad de dañar y reprimiera su sello de indomable. El hombre y su química, manipulaciones genéticas, de selección y educativas, dieron con nuevo animal: Ha nacido el Toro-Torero ¡y Olé!. (No me extraña que ciertas agrupaciones le consideren especie protegida, porque supongo que debe de haber sido muy difícil de lograr). ¿Se acuerdan Uds., de aquél chiste de Gila “en la guerra” cuando el almirante reclamaba a los constructores sobre un barco que le había enviado y les decía: De de color bien, pero no flota?. Pues esto es lo que pasa con el toro actual. Bonito sí, útil también. Emocionante menos.
Con esa base es difícil que las cosas tengan altura.
4.- El torero; Una para- profesionalización
El hombre es inteligente y poderoso. La ambición le lleva a desarrollar estas capacidades en cualquiera de las situaciones que le confronte la vida. El encuentro con el toro no podía quedar aislado de ese desarrollo. La técnica de torear no parece guardar ya demasiados secretos. Hoy, el hombre-torero sabe mucho del toro como animal y su manejo. Sabe de sus querencias, sabe de los diferentes tipos de acometidas según la casta, el tipo de crianza, etc… Cuando se llega a ciertos niveles de la torería la cabeza del torero procesa tal cantidad de información sobre el “enemigo” que tiene delante, que realmente se ha invertido la asimetría. El hombre sabe cómo lidiar a cualquier toro, y la emoción que tenía el ejercicio del dominio del débil hombre, con el que nos identificábamos, ha desaparecido. Hoy el débil es el toro. Ya no queda ni en el recuerdo histórico. La frase que definía ese Encuentro: Si viene el toro, o te quitas tú o te quita él (su perfección fue Joselito), la sucedió la revolución belmontina de ir a torear en los terrenos del toro, y a ésta que parecía definitiva, ha venido a cambiarla esa nueva revolución pacojedista de el toro tiene viene a los terrenos del torero para que éste ejecute su Tauromaquia, léase su repertorio.
Y puestas así las cosas, el repertorio se ha ido hacia la estética, no hacia la estética que sale de la espontaneidad (Curro, Morante, Talavante, etc..), sino a la estética de incorporación aprendida, imitativa, ajena. El punto de evaluación ya no está en quien torea mejor a un toro, sino en quién lo hace más bonito. (Esta es una afirmación poco subrayada de Antoñete, una mente privilegiada en el pensar acerca de los toros y lo que les rodea). La corrida se convierte así en una escenificación teatral no tanto dramática como artística, y en esa búsqueda de la estética, el torero programa la actuación que cree más conveniente en cada plaza. El Arte de Torear va a tener sus estilos, sus “modas”, y sus “pasarelas” que van a avisar y actualizar los modelos (las suertes) de la temporada, sin otro criterio que el derivado de que puedan ser vistas como nuevas o que las crean más “bonitas”. Así la arrucina sustituye a la inefable bernardina del año pasado, las largas cambiadas a los lances de recibo, un atropellado toreo de capa por la espalda – sin apenas mostrar sus variaciones: caleserinas, tapatías, cordobinas, etc. – a las clásicas revoleras o medias verónicas; en fin lo que impongan las líneas como si fueran los Christian Dior, Versace, o Rabanne, en sus distintas épocas. Cada torero su repertorio, cada repertorio sus modas, cada moda un guiño a lo “actual” que todos se ven obligados a “pasear” para que se vea que están “al día”, y eso es lo que aburre, que las modas los iguala, los despersonaliza, que no los hace diferentes unos de otros, y el aficionado no puede tomar partido porque todos se han igualado en esa pasarela.
A todo esto: ¿y el toro?- ¡Olvidado! ¿y la Fiesta? ¡Convertida en espectáculo! Y como espectáculo no tiene “el enganche” emotivo que tenían el riesgo, la incertidumbre y el valor de cuando el toro era desconocido, temido y respetado. Además, como espectáculo, hay que reconocer que no es cómodo, no es barato, y “le pasan de largo” las implicaciones emocionales que hoy contienen otras competiciones deportivas.
La corrida de toros resulta así empujada al aburrimiento, su futuro realmente peligra, porque ese estado de ánimo es incompatible con su esencia..
No puedo afirmar que estos cambios hayan tenido otros motivos que la propia evolución del mundo. Reconozco que la Fiesta es en su esencia y forma una Representación arcaica y una creación de los hombres, y por esos dos motivos está condenada inexorablemente a su finalización (la muerte al final siempre se impone a la vida). Pero incluso en este caso, no se merecía este final brusco y asesino que le están proporcionando, ni tampoco quiero pensar que como aficionados la abandonemos pasivamente a este gris destino, y no podamos activar unos mecanismos que restituyan sus principios básicos y su trascendencia.
La Fiesta de los toros, siempre fue un sueño de esperanza. A ello me aferro.
Rodríguez Melón.- León: 28 de septiembre de 2015