Toros en Zamora
Zamora Como toda Castilla y León ha sido y será tierra de toros: toros de calle, toros de fiesta, toros de desafío, toros de capeas camperas, en una palabra toros de gente que juega, burla y ama al toro, y que mezcla riesgo, miedo, victoria y alegría en un mismo grito. Toros de liturgia iniciática como el Toro enmaromado de Benavente, toros de carnaval dionisíaco como el Toro de vino de Toro.
Tierra también de toreros de plata, (consanguinidad con Salamanca y Portugal obligan). Y además, como toda tierra exportadora de héroes que huyen de miserias, Zamora es pródiga en héroes-mitos luchando contra imposibles, como Viriato.
Desde el punto de vista de la torería, Zamora está “ocupada! por un hombre de una talla casi sobrehumana, pluridimensional, inagotable en su variado muestrario: como pintor, como buen cantaor y recopilador de folklore de esta tierra, como actor, como torero que es : Andrés VÁZQUEZ, un corazón tan repleto de deseos como alma de sueños y mente de curiosidades, encerrados en un cuerpo hecho a fuego de voluntades y Fe, nacido en un lugar ya destinado a adornar con dones universales a su gente amada. Vllalpando te ha hecho hijo predilecto para defenderte y para adornarse, con la misma Fe que se proclamó el primer municipio del mundo en defensa del nacimiento inmaculado de María.
Andrés MAZARIEGOS VÁZQUEZ.- El último Romántico de la Fiesta.
Este hombre sí que se merecería el honor de una biografía con datos más precisos y con mayores profundidades analíticas de su persona que lo que pueda ofrecerle en este marco y estilo de trabajo.
Viene al mundo en el pueblo zamorano de Villalpando, uno de esos pueblos castellano-leoneses donde la niebla y el frío anidan su invierno bajo los soportales de sus plazas, y donde el verano el sol goza de calentar hasta ennegrecer tanto pieles como piedras de forma indiscriminada. Sus principios son tan pobres que no tiene ni nombre, solo es un número: “el Nono”, por alusión a ser el noveno hijo de una larga familia castellano-leonesa, y con ese apodo que alterna con el impersonal de “niño de Villalpando” , empieza sus incursiones en el “planeta de los toros”.
Su origen humilde tanto de cuna como de aportes vitamínicos, le aporta un caminar zambo y paleto, y condiciona un aprendizaje de la técnica en las capeas de los pueblos de la zona. (De “largo y duro aprendizaje por festejos pueblerinos” nos lo resume “el Cossío” esta época de su vida). Mientras su cabeza se va acomodando al embestir de los toros, su cuerpo se va acomodando a las costuras. (Los futuros cirujanos de esta zona y de la época Pre-Mir, podrían reconocer su torpe e inicial firma en muchas de estas cicatrices de su piel). Tanto sus carencias precoces como sus muchos golpes posteriores, condicionan unas “piernas de trapo” que le hacen poco favorecedor de huidas y sí facilitador de percances ante situaciones comprometidas.
Pero Andrés tiene una idea fija y una decisión inquebrantable; después de verse y gustarse vestido de luces en lugares como Valencia de Don Juan o Guijuelo se ha dicho a sí mismo: – ¡Ya está! No quiero “ser de pueblo” ni parecer “cateto”. Para ello empieza renunciar a su primer apellido paterno quedándose solo con el de Vázquez no tanto por raigambre materna ni por problema edípico no resuelto, como por la resonancia que tenía el apellido Vázquez en la tauromaquia.
Y además toma la decisión de irse a Madrid. Aquello es la capital que le deslumbra y seduce. Allí ya goza, como los “señoritos” de tener su primer “profesor particular” al asistir a la antigua escuela taurina que dirigía en Vista Alegre Saleri II, y es ahí donde él mismo se otorga un nuevo alumbramiento. En Madrid, como Torero, nace Andrés Vázquez.
¡Ya está en Madrid!. Empieza con modestia, por Carabanchel y la plaza de Vista Alegre donde triunfa como novillero y va adquiriendo méritos para presentarse por derecho propio en las Ventas en 1961. Gusta tanto su tauromaquia como su carácter tímido y no pretencioso que se gana el respeto de la Plaza y de la Empresa, y ésta termina proponiéndole la alternativa en la primera plaza del Mundo para el año siguiente, 1962, de manos de otro torero castellano viejo (Gregorio Sánchez) teniendo a la liturgia más ortodoxa por testigo (Mondeño). La fiesta del doctorado se completa con una salida a hombros 4 días más tarde en la misma plaza de Madrid.
Para él, ¡el sueño de la lechera se cumple! ¡de Villalpando a Madrid y de Madrid al cielo…! Su modestia no deja trasmitir la inmensa fuerza de sus deseos. Pocos saben que ese muchacho aparentemente apocado y de buenos principios taurinos guarda una ambición secreta: ser “Torero de Madrid”,
Él tiene una forma muy ingenua de expresarlo: le gusta “el lujo” de la capital y se va a vivir a la zona VIP de Madrid: el Viso, gustándose de alternar con la Jet-Society y jugar a romances de papel cauché,
El grupo familiar donde se ha desarrollado le ha dejado una “marca” que se ve obligado inconscientemente a repetir en cualquiera de los grupos que vaya a pertenecer, siempre el “hermano pequeño de alguien”, y esa fuerza desconocida e inconsciente le empujará a ponerse detrás, y a la sombra, de otros toreros “madrileños” como Julio Aparicio o Antonio Bienvenida.
En esos años que siguen a su alternativa lucha con más sangre que fortuna por mantenerse en lo más alto del escalafón taurino. No escatima riesgos en cuanto a tipos de ganaderías peligrosas ni a exigencias de público; rejuvenece y actualiza una suerte que empezaba a olvidarse: la de las banderillas cuando incorpora a su cuadrilla a al buen torero y subalterno portugués Mario Coelho, y trae a la afición el toreo de riesgo genuino, con la extraña “mala costumbre” de tener que hacerse llevar las orejas cortadas a la enfermería. ¿Era cuestión de su valentía? ¿O evitaba dar la vuelta al ruedo porque le daba vergüenza que el público viera sus piernas? Piernas de origen cateto y de carencias de post-guerra, piernas de aquel marchar patizambo que le habían concedido a medias Dios y el raquitismo del hambre. Todo cabe. Sin embargo a pesar de todo su esfuerzo y esa “sangre derramada” las cosas no le salen como él hubiera querido, y aunque mantenía su palmito en Madrid por tardes afortunadas, los contratos no le llegaban y su vida de señorito parecía tocar a su fin 7 años después de su alternativa.
A punto de romperse el jarro de su suerte, casi arruinado por meterse a negocios ajenos, y en las oscuridades de su Villalpando natal que le empujan a apuntarse a la condición inferior de subalterno, se le aparece la Virgen, como a todo buen chico, en un reto de la empresa-plaza de Madrid: despachar él solo 6 toros cinqueños de Victorino Martín, (¡la gente ya ni se creía que había toros bravos con esa edad!) rechazados el año anterior y que ahora con más peso y con más sentido vuelven al “ruedo prometido”.
Y otra vez el “sueño del chico que no quería ser de pueblo” está presente. Los dos: toros y torero necesitan la Puerta Grande de Madrid; aquellos para entrar como divisa con derecho propio, él para renacer como ambición de persona y de torero. El 3 de Mayo de 1970, los victorinos y la plaza de Madrid ponen en sus manos la Idoneidad de su Toreo serio, de casta, fiero, bronco, a veces “zapateado” y encimista, pero toreo de poder en el fondo. Y paralelamente los toros de Victorino, que son los toros de la estirpe del Marqués de Albaserrada, de encaste Saltillo, no demasiado grandes, cárdenos, vivaces, la divisa que busca esa afición para definir quién es y quién no es torero. Un reto que Andrés resuelve con otra salida a hombros después de torear magníficamente al 5º de la tarde, Baratero de nombre, al que desoreja por partida doble y logra para él una vuelta al ruedo.
El milagro ha resultado. A esa corrida le siguen las de la Prensa y la Beneficencia, y durante 2 años vuelve a acartelarse en las ferias importantes.
Con su físico mermado y tras numerosos y graves percances inicia una primera retirada que escenifica por primera vez en 1974 en las Ventas en una corrida en solitario en la que vuelve a salir a hombros, y tras la que va a estar durante 3 años ausente de las plazas aunque no así de la proximidad del toreo campero.
En 1977, toreando un festival de homenaje a su “hermano” A. Bienvenida se prueba, se encuentra bien y decide regresar a sus toros y a su Madrid; y con 45 años se atreve a encerrarse él solo con 6 toros, a los que arranca 3 orejas con otra Puerta Grande. Y aunque sigue toreando luego espaciadamente, cada vez con menos fortuna, cada vez con menos facultades físicas, se hace obvia otra retirada en 1982, también en Septiembre, también en Madrid en su plaza de las Ventas, aunque esta vez con menos éxito que las anteriores flanqueado entre dos monstruos “vazqueños”: Manolo y Curro.
Desde su retirada en ese año (1982) su torería intenta convertirla en lecciones para los alumnos de la escuela taurina de Madrid, y/o a la búsqueda y promoción de nuevos valores
Un último intento de vuelta en 1985 en Valladolid sin fuerzas ni reflejos pusieron en evidencia que ya era historia.
Pero eso no evita que al cumplir 80 años, acepte torear y matar una becerra ¿de quién? ¿A que se lo han imaginado? ¡De Victorino por supuesto! en la plaza de toros de Zamora donde cumple a la perfección con el reto, en una faena en la que se le conceden los máximos trofeos incluyendo el rabo
En la sobriedad y clasicismo que caracteriza al toreo castellano-leonés, Andrés Vázquez introduce la sensibilidad de su personalidad, haciendo un toreo de emoción y sentimiento puro, con concesiones belmontinas en su capote, y con ciertas alegrías “bienvenidistas” en su muleta obligadas por la gratitud a su “hermano mayor”. Solo se le puede poner como pega un excesivo uso de los pies para zafarse de las salidas, o para encontrar el sitio al siguiente pase. Pero frente a ese defecto hay que tener en cuenta dos consideraciones: no solía torear toros-bobalicones, sino castas peligrosas y con sentido, y además su deformada base de asiento (sus piernas) nunca le ofrecieron mucha seguridad para sostenerle.
Pero no es solo el perfil torero el que merece la pena destacar en Andrés Vázquez, sino la fuerza de su ambición humilde (no quería ni ser ni parecer de pueblo), el medio elegido para lograrlo (el doloroso camino del toreo) y la honradez para lograrlo (no dudó en examinarse siempre en las plazas y en los encastes más exigentes) . Fue un muy buen pagador de sus deudas. Se dejó demasiada sangre y demasiado cuerpo en esa carrera, sus pinitos como especulador en negocios de construcción los pagó con la ruina, su origen rural no le perdonó la “traición” de elegir otra cultura (urbana) y cuando quiso convertirse en “señorito campero” con su afición a la caza, sus perros se volvieron contra él poseídos de una venganza telúrica que pudo tener funestas consecuencias.
Este hombre, todo sensibilidad innata, buen pintor, profundo pensador de soledades y un buen conocedor y “voceador” de cantes antiguos castellanos, ha podido conservar y mantener con toda ingenuidad su deseo infantil …..
…..¡Era de pueblo, pero le gustaba Madrid!