El pañuelo, ese pequeño adminículo blanco inmaculado y delicado complemento que acompaña la chaquetilla del vestido de torear, ha sido en varias ocasiones el protagonista de la historia del toreo cuando la brevedad de la emoción o la profundidad de un sentimiento necesitaba de un símbolo para fijar la memoria.
Fue, en otros tiempos, mensaje romántico para galanteos de toreros amadores en la Corte allá por el siglo XIX. En el mismo sentido de simbolismo mágico, fue fetiche que tapaba las faltas del esperado mientras adornaba su imagen y protegía de riesgos al ausente. Así nos lo cantó la copla de “ La novia de Reverte”.
Fue sobre todo carta de presentación de valentía, usado ya por Joaquín Rodríguez “Costillares”, como simulacro de la muleta a la hora de hacer la suerte de matar en sus rivalidades de primacía con Pepe-Hillo. (lance que con relativa frecuencia ejecutaba nuestro, todavía recién llorado paisano, Marcos de Celis). Pañuelo siempre utilizado para enjugar sudores de miedos y soles toreros sin perder la cara al toro, y que ahora parecía prenda olvidada.
Hoy, y merced a la imagen lanzada y recreada por TV de un gesto del diestro Morante de la Puebla limpiando las lágrimas a uno de sus toros, se ha convertido de forma viral en un big-bang de controversias y comentarios particularmente lacerantes y torticeros lanzados desde aquellos sectores que forman parte de la sección “anti-taurina” de este país.
Soy, aunque ello no me da identidad de pertenencia, de una parte de lo que se podría denominar sección “taurina”. Reconozco mi afición a los toros y a la Fiesta, que me ha proporcionado tantos momentos de sensibilidad y sentimientos inolvidables (éticos y estéticos), como sintonización con ciertos valores ante la vida y la muerte. Por ello estoy en deuda de Gratitud hacia ese mundo del toro. Pero creo también, que soy capaz – por encima de esta afición – de observar y juzgar con aceptable distancia, cualquier acontecimiento taurino con relativa objetividad.
No odio en absoluto a los animales, los respeto en su naturaleza. No soy nada amigo de la tendencia, actualmente masiva, a su “mascotización, ni desde luego a su obligada adaptación a los gustos y deseos de sus dueños/as. Eso me parece una alienación de sus características de especie. Y, por supuesto, desconozco el sistema de registro y expresión emocional de cada animal, lo que no me da derecho a atribuir mis conductas con su significado correspondiente a los mismos o parecidos comportamientos de ellos (los animales). Estoy seguro que sufren y gozan, pero no tengo la clave que me permita identificar estas experiencias emocionales con su modo de expresión. Identificarlas con las mías me parece tanto una osadía fruto de la ignorancia, como una desnaturalización de su existencia.
Cuando asisto a una Corrida de Toros, lo que registro como esencia de la misma es el encuentro a muerte entre un hombre (torero) y un animal (toro); cada uno de ellos con capacidad de dañar al otro, y sin posibilidad de escapar a una situación (el rito obliga) que ha de finalizar con la muerte de uno de ellos. Acepto que por ser este rito de invención humana se ha preparado para dar ventajas al torero. Pero en cualquier caso, en ese duelo terrible, yo me identifico con el torero que es un hombre como yo, porque deseo perpetuar mi especie con sus valores y sus capacidades.
También como humano que soy, siento pena y compasión por lo dañado; eso me hace no ser cruel, me limita –cuando puedo – la “cantidad” de dañar a otro, y si no puedo impedirlo tampoco puedo evitar sentir pena por ello y tratar de aliviar al otro como de aliviar mi culpa. La actuación que realice desde este sentimiento será una forma de Piedad. Y aquí, las imágenes de la “Verónica” o de la Piedad de Miguel Ángel se me vuelven más elocuentes que cualquier palabra.
Para mí, el acto de Morante secando las lágrimas al toro, no tiene otro registro que un gesto de Piedad. Me es difícil entenderlo de otra manera. Él, no puede evitar el daño al toro, ni repararlo, ni dar marcha atrás. Ritual, Compromiso y Profesión obliga a ambos a ese encuentro que llega con ese guión pre-diseñado. No llora por él, ni creo que pueda pensar que las lágrimas que seca al toro sean la expresión de sufrimiento de éste, pero no puede evitar Sentir dolor por lo que Sabe que hace y que tiene que rematar. Si alguna lágrima recoge es la suya propia colocada en el párpado del toro.
Lo que me asombra son los comentarios y el significado de burla o abuso con que se ha calificado este gesto desde ciertos “luminosos” medios públicos, o desde oscuras y cobardes redes anónimas. Lo que me irrita, es la facilidad con la que estos comentarios maledicentes “calan” en mi grupo humano. Lo que me apena es la escasez de identificar ese gesto como un gesto perteneciente al amplio campo del sentimientgo amoroso. Y lo que me desespera es pensar que esta anécdota represente ahora un Sentir masivo del contenido emocional de nuestro grupo Social, en el que la identificación con el dolor, el desvalimiento y la aceptación de la impotencia ante impactos emocionales inevitables, no tenga cabida la Compasión.
V.Rodríguez Melón
Aficionado taurino
Mayo de 2019