Soy consciente de que no tengo muchas posibilidades de que este artículo se publique. El tema está tan “sancionado” por un poder popular que ha terminado convirtiéndose en una especie de estandarte enemigo a derribar y del que no se puede disentir. Parece que cualquier intento de levantarlo oscila entre la quijotada o la martirización.
Me reconozco taurófilo pero estoy bastante lejos de cualquier fanatismo. Si tengo el deseo de escribir sobre el tema, es porque me siento en deuda con mis compañeros de afición que han tenido la valentía de manifestarse públicamente en defensa de lo que son libertades del Deseo, del Pensamiento y de la Expresión, con los que quisiera mostrar mi solidaridad. Sirva como justificación a esa ausencia mi prejuicio hacia las manifestaciones masivas. Mi memoria se actualiza ante ellas, y no puedo evitar sentir que, desde la Revolución francesa, el poder popular en la calle me despierte escalofríos.
Soy aficionado a “Los Toros” en alguna faceta de su pluridimensionalidad. Mi escrito no va contra los antitaurinos, a los que respeto su terreno y su ideología; pero sí contra esa mayoría popular ideologizada, seguidora de consignas actuantes, aparentemente anónimas, pero predeterminadas por otros poderes, con otra intencionalidad más aviesa, y siempre impregnada de “toques talibanes” de destructividad de lo existente.
Probablemente un texto sobre la tauromaquia tuviera más posibilidades de prosperar si tomara otras direcciones: Por ejemplo, si su objetivo fuera subrayar la valentía de mujeres toreras; o proponer que no haya toros de capas negras, o al menos solicitar de alguna Subdirección ligada a ministerios de igualdades colorímetras, que salgan tantos negros como “coloraos” o jaboneros. Y desde luego estoy seguro de que mi escrito tendría un destino afortunado si propusiera una alternativa tolerable y coherente con esta “ nueva realidad” que se nos propone; por ejemplo, sugerir la sustitución de la lidia y muerte de los toros por la celebración de un apareamiento de toros con vacas, (o vacas con vacas, toros arco-iris, o cualquier neo-coyunda a la moda) bien controlados, dirigidos y aleccionados por los bueyes-eunucos de Florito para que el emparejamiento se ejecutara dentro del canon del reglamento establecido. Así, los buenos acoplamientos, podrían ser celebrados por parte del público arrojando alfalfa o piensos para ambos participantes. Esto, podría ser una buena opción a muchos “naturalistas”, sobre todo para aquellos que aprovechando la buena intencionalidad de estas ideas, se tornan en yedras trepadoras de poderes políticos. No haría falta más que un ligero experimento de transformismo y banalidad para pasar de ser un buen ecologista a un utilitario “ecolojeta”.
Pero no, siento el pesar de no poder ofrecer alternativas. Mis amigos taurinos saben de mi poco gusto por cualquier emoción dulzona de la Fiesta.
No puedo olvidar el “esfuerzo cultural de siglos” de un colectivo humano como el español, que transformó su necesidad alimenticia (apartar algún miembro suelto de manadas itinerantes para darle muerte y alimentar la tribu) en un mito simbólico de la “Fiesta de los toros”. (¿A que esto le suena a algún psicoanalista a las primeras teorías freudianas sobre los instintos?). Mito donde se “juega la ilusión” de matar a la Muerte, salir airoso de la Vida, burlar esa ley natural de la fuerza del “padre primitivo” con nuestra inteligencia, etc., etc , y tantos otros símbolos que se juegan en el encuentro del hombre-torero con el animal-toro.
Soy consciente de que la Fiesta de los toros (tanto lo que ocurre en el ruedo como la emoción que circula en los tenidos) producen un impacto ya sea emocional o sensorial que nos choca en su iniciación. (¿no les recuerda esto a mis colegas psicoanalistas el concepto del “Conflicto estético” de Meltzer?) . Algunos, no toleran ese impacto y se marchan, otros lo moralizan y tratan de prohibirlo, y en la actualidad hay colectivos que tratan cruelmente de eliminarlo. Bien es verdad que si el hombre se distingue, en parte, de otros animales, es por su capacidad de pensar; es decir, de caminar empujado por la curiosidad, a intentar ver y conocer algo desconocido que está más allá de ese primer impacto. En ese camino-aventura damos significado a las cosas. Eso es Pensar, actividad solo privativa y esencia del género humano (Descartes lo dijo ya hace nada menos que cuatro siglos: “cogito ergo sum”). Es a ese grupo humano al que me gustaría dedicar este artículo, o a los que quieran acercarse a él. A los que buscan la palabra para hacer pensamiento, no a los que usan el grito o la rabia para aniquilar conocimientos.
Así que ….¡va por ustedes!
Rodríguez Melon.
Un aficionado taurino.
León a 20 de junio de 2020