Él nos trajo una Verdad en el toreo que estaba a punto de perderse difuminada en los toros borricones de los “felices 60”, más propicios a desarrollar mitos sociales que llenaran los tendidos de espectadores que a cultivar la esencia y la afición del Toreo. Era la Verdad de un mundo que como la tauromaquia trataba de escaparse hacia una banalidad divertida y gregaria.
Él, llegó desde lo Natural, de la convivencia diaria con la tierra y el animal, dejando atrás una historia personal donde no había espacio para el duelo de lo perdido sino ausencias a rellenar, como tantos españoles que se esforzaban en pasar de la supervivencia a la autonomía industrial, aprendiendo de la experiencia y de la suerte. Unos la tuvieron, otros fueron listos. VM se subió a esos dos caballos y solo tuvo que añadir las riendas de su ambición. Con ese equipaje buscó su propio reino; encontró una corona olvidada: el marquesado de Albaserrada que colocó encima de su nombre, y un sillón del trono en el abierto salón de la Plaza de las Ventas de Madrid ganado a honores. Nunca perdió ni su raíz ni su quimera, y con ambas logró un logotipo que fue más que una divisa, fue una estrella-guía tras la que navegar en la vida, ¡y vive Dios que navegó con buen tino!
Es verdad que nada crece sin que esté preconcebido su desarrollo. VM supo ver el terreno abonado que esperaba el milagro de una conjunción constante desde hacía tiempo: una Afición aburrida de tanta rutina fácil, un lugar – Madrid – que nunca perdió su sueño de ser el referente universal de algún rito, una Historia de la Tauromaquia que recitaba A. Bienvenida como un romance de ciegos cada tarde, y el más puro Romanticismo taurino enganchado en el alma de Andrés Vázquez. Con ese arropamiento y su obstinación se convirtió sin quererlo en un elemento anti-sistema; fue nuestro Mayo del 68 del planeta de los toros.
Así apareció el toro “Victorino”, de banderías cruzadas Saltillo y Santa Coloma, con su capa cárdena, estrecho de sienes, de cuerno elevado al cielo cornialto y playero, degollado, de hocico afilado, perseguidor infatigable de movimientos, de rápido aprendizaje en cada terreno y en cada lance, valorado de inmediato por su presencia brava antes que por su armonía estética. Bastó su comparecencia en la plaza, verle trotar, arrancarse y embestir para que la afición marcara una línea roja: había toros a un lado y “victorinos” a otro. Y también toreros comerciales en una zona y Toreros en la otra. Torear “victorinos” se convirtió en señal de identidad y en prueba de idoneidad para los que querían llamarse figuras. Francisco Ruiz Miguel como capitán, generalmente acompañado de Miguel Márquez iban dando las reglas y el espaldarazo a los terceros que optaban por probar estas horcas claudinas.
Indistinguibles de su creador, traían esas reses bravas en su galopar la dureza de un pequeño campo de la sierra de Galapagar que peleaba por abrirse paso a un espacio de grandes horizontes. La obstinación y la insistencia en mostrar sus diferencias pertenecían a uno y a otros con la misma intensidad. Eran toros que requerían dosis de valentía especial para soportar su mirada, toros examinadores de técnica y habilidad física para bajarles la mano y al mismo tiempo salvar su embestida tobillera, eran “las alimañas”; tras esa máscara fiera, venía también la casta brava y noble de embestidas humilladas besando la arena. Con ellas y como ellas, Victorino se hacía contumaz en sus exigencias carteleras, empresariales y económicas. La fuerza de su discurso le venía tanto de la demanda de la Afición, como de la defensa firme de una verdad no manipulada, inapelable, la de la pureza de su raza, de la naturalidad del producto, de argumentos inmóviles enmascarados en la socarronería de un Bertoldo rural y gritados como la verdad del barquero. Era “el paleto”, quien tras un disfraz de bruto escondía al hombre prematuramente viejo por ser precozmente sabio. Conocedor como nadie del secreto de la crianza de toro de lidia, y manipulador como pocos de los anhelos de la afición, a la que alternaba presencias y ausencias para crear adicciones a su nombre y a sus productos.
Al final él impuso la Ley, la antigua y eterna ley del Toreo: Es el toro el que pone a cada uno en su sitio. Y así triunfó en Madrid y de Madrid al cielo.
Los hitos de los indultos de Velador, Muroalto, Cobradiezmos, sus vueltas al ruedo o salidas de puerta grande, la mítica y universal corrida de Junio del 82, el sinfín de medallas y premios recibidos, no son más que nudos desde los que se tejió la red de una leyenda.
Tal vez el tiempo y el éxito endulzaron su carácter y como consecuencia el resultado de su crianza; las alimañas rebajaron su “mala leche” y empezaron a dar paso a un victorino más suave, más repetidor y menos rebelde al sometimiento de muñecas poderosas. Nacieron así faenas casi musicales en la izquierda de Manuel Jesús El Cid, y 5 hombres valientes, 5 que se encerraron en solitario para buscar el blasón de Puerta Grande sobre la divisa temida. Pero la leyenda ya era y es indestructible porque allá donde se anuncia su divisa sabemos que va a aparecer un alabaserrada genuino que nos va a hacer vivir el balanceo de ese compás vital que va de la congoja al alivio, del miedo a la alegría, del pánico a la exaltación.
No dudo que un VM más apacible gozó sus últimos tiempos de la obra conseguida. La sombra de su hijo parecía prolongarle y protegerle. Su sonrisa se hizo más frecuente que su escucha ceñuda preparando la respuesta inapelable. Su “puro de compañía“ ahuyentaba sinsabores, escudado en él construía un foso que le distanciaba una adulación que nunca la sintió grata por temor a no dominarla. VM amaba y se defendía de una vida a la que elegía por su arista más difícil, nunca se miró como estatua pasiva de alabanzas fáciles.
Desde la lejanía del respeto, te doy las gracias porque me has hecho sentir el derecho a escribir la Fiesta de los Toros con letras mayúsculas, y por descubrir que la Verdad de esa Fiesta es una Pasión, pasión de amores, de odios y conocimientos de esa Verdad emocional del peligro, del juego de Vida y Muerte.
Adiós Victorino, te has ganado el respeto, el descanso y la memoria.
León.- Octubre de 2017