Dicen que la Fiesta de los Toros está tocado a su fin. Es probable. Como creación humana que es, lleva implícito el estigma de lo “perecedero”; han caído sobre ella también muchas crisis de diversa índole, y alguna tendrá que ser la definitiva; esperemos que no sea ésta y que me sobreviva.
No corresponde a estos escritos míos hacer un recuento de los enemigos deseosos de liquidarla ni de la malignidad cruel de sus intenciones camufladas en lo torticero de una metodología tanática. Es demasiado para mí, no me atrevo a enfrentarme a tanta maldad encubierta. Ese toro tiene “demasiado sentido” para mis capacidades.
Solo apuntaré que además de las causas de “afuera” y de la anti-gestión del problema desde “adentro”, hay una causa que puede facilitar su desaparición y que es inherente a su evolución.
Lo que nació como actividad probablemente cinegética y alimenticia , y que muy pronto de simbolizó en la lucha y el afán de victoria frente a lo inexorable (el toro puede representar las exigencias angustiosas tanto de la vida como de la muerte), representaba valores universales con los que era fácil – o casi obligado – identificarse: el arrojo, la valentía, la necesidad de dominio de lo salvaje, la necesidad imperiosa de victoria, etc.., y a ese “juego” correspondía un animal bravo, indómito, acometedor y firme del que se aprovechaba su “mala vista” o su escasa capacidad de diferenciación entre lo real y lo virtual (cuerpo del torero y/o avío de torear) para burlarle, jugar con él y matarle. Así eran los papeles, un problema de Ética: valores humanos de vida frente al caos animal de la muerte, o si lo quieren más suave el juego de la verdad y la mentira.
Con el tiempo, la demanda del hombre en ese encuentro se fue deslizando hacia la Estética. No solo había que mandar sobre el toro, había que hacerlo bonito; se imponía el arte de torear sobre la ciencia de matar. ¡sonaba bien! Todos nos apuntamos corriendo a esta evolución, nos sentimos más “sublimes”; bueno, menos salvajes. Y el torero fue – hablo en general – dando menos importancia a su valentía que a su “arte”, menos a su capacidad de desafío a la acometida del toro en los terrenos de éste, que a su amplio repertorio de conocimiento y técnica para colocarse en una línea fuera del riesgo, con mucha compostura, sí, ¡pero “fuera de cacho”!. O sea el hombre se ha ido deslizando al “como si” y lo ha tomado como verdad. ¡Gran Revolución! Lo Virtual está punto de destronar a la Realidad. ¿Suena esto a la dificultad de distinguir verdad y mentira en el momento actual? ¡A que sí!
Sigamos:
El toro, listo como animal que es, y que tiene como objetivo su supervivencia y la de su especie, no se quedó atrás en el aprendizaje de esta evolución y también cambió. Ya no se gustó de ser fiero e indomable, y fue aprendiendo el arte de caminar suave, despacio y humillado. (Bueno en realidad no sé si aprendió él o le obligaron extraños castigos de manipulaciones genéticas). El resultado fue el nacimiento de un nuevo animal: el Toro-torero que también sabía embestir bonito y garboso.
De forma suave pero implacable, lo que fue Fiesta Brava ha tornado hacia un Espectáculo artístico. Como aún no se ha llegado a la perfección de este cambio de papeles y de su esencia, esperamos que perdure algunos años más.
¿Y nosotros, los espectadores?, pues ahí estamos; aceptando y contagiados de este juego de engañabobos ¡tan felices! Ya la frustración y la incertidumbre las vivimos como zapatos que molestan y no como lo invariable de ese encuentro hombre-toro. También nos hemos vuelto dulzones. Como ellos, como el toro y el torero ¿por qué no íbamos a cambiar nosotros? (un respeto a la isla de Don Carlos Illán insobornable al trueque desde su crónica de “Marca”). Y así estamos ahora, soñando en nuestros toreros cinturas que se cimbrean, muñecas de giros redondos, lánguidos desmayos y envaramientos petulantes en vez de esperar temerarias colocaciones en distancias de congoja, o sortear inmutables embestidas de hule.
Sirva todo lo anterior como explicación y disculpa para estos escritos que siguen como Semblanzas de veinticinco figuras del toreo actual. Son semblanzas también dulzonas en los que he tratado de obviar la parte crítica de sus quehaceres y exaltar la parte más benévola de su Tauromaquia. (bueno, seguramente que en algún caso algo se me habrá escapado; no habré podido evitarlo.)
Para tranquilizar a mi censura y a la historia de mí mismo, en la mayoría de los casos añado una especie de “Psicografía” del torero correspondiente, tal como fue escrita para mi otro trabajo anterior de 2013 “La Tauroloquia”. Tratan de ser formas resumidas y fantaseadas de juntar la personalidad del torero, su vida y su forma de torear.
Un aviso previo, toda valoración es subjetiva. Hasta la percepción de las cosas lo es. (Principio de Heisemberg)
León.- 2014