Introducción a la nueva temporada.
No puedo esperarla con optimismo, no. La Literatura de música honda convierte mi musa en fantasma de la Santa Compaña y pone letra a mis emociones melancoloides.
Pienso en la temporada pasada. La imaginería se me llena de tanto tendido de cemento vacío, coro de voces mudas donde antes gritaban rivalidades fanáticas, tanta cabellera rubia de albero teñida de musgo, tantas fiestas populares huérfanas de esa virilidad negra y callejera de sus toros, tanto mozo que se ha quedado huérfano de rito iniciático de valentía. Y salta Rodrigo Caro con su canto a las ruinas de Itálica: “Estos, Fabio, que ves ahora campos de soledad, mustio collado, fueron un tiempo Itálica famosa…”
Juego a adivinar porvenires de futuro y en las piernas se me enreda Gabriel García Márquez con su “Crónica de una muerte anunciada”, y sus circunvoluciones progresivamente centrípetas y asfixiantes.
“¡No!, ¡que no quiero verla!,
la mala hierba asesina
machihembrándose en la arena …!”
¡Llama a Ignacio Federico!,
¡Llámale y dile que vuelva!
¡y que cuelgue en los tendidos
sus dos gallos de pelea
en el cemento de losa
contra el silencio de ausencia
¡No!, ¡que no quiero verla!
a esa hierba cizañera
amancebando la arena
Evidentemente no puedo ser muy optimista de cara a la temporada que se nos anuncia, y si tengo fe en que puedo disfrutar de algunos momentos de la Fiesta más lo deberé a la lentitud con la que se hacen los procesos de Desmantelamiento de algo amenazado de extinción, que a la fuerza de la capacidad reparatoria del pueblo español tan particularmente inhábil con aquello que tan inconsciente y fácilmente destruye.
Ahora ya no sé si merece la pena buscar entre estas gloriosas ruinas los motivos que han podido empujarla a esta situación. Reconozco que me es difícil distinguir causas de consecuencias, lo que ha sido innovaciones insidiosas que han ido a despojar a la Fiesta de sus esencias, de lo que son signos de evolución irremediable.
Y curiosamente esto pasa en el momento en que el toreo está adquiriendo cimas que muy escasamente soñó alcanzar. Es verdad que ahora se torea mejor o más bonito, que existe un ramillete de Toreros-Maestros como pocas veces ha habido en la historia de la Tauromaquia; valientes de condición obligada, sabios como siempre y artistas como nunca. Forman una veintena que aseguran número de contratos adecuados para mantener su sitio, su forma y su grado de perfección exigidos. Queridos y deseados por el público son elegidos por unos empresarios que aseguran ingresos pactados. A su costa las promociones de novilleros (hemos tenido las tres últimas magníficas) que hubieran construido en la arena castillos de valor y temple quedan ahogadas en sueños consentidos y baldíos de post-adolescentes.
Paralelamente el toro se ha dejado ir en esta evolución hacia lo bueno y hoy tenemos varias ganaderías de toros bravos – con química – aptos para las faenas que exige el espectáculo. Lo bravo, o lo manso con casta e indómito que presumía de firma, ha dado paso a este toro-funcionario sofisticado adaptado al protocolo exigido: el esfuerzo justo y adecuado para llegar al último tercio humillado y pastueño, capaz de soportar tres tandas de lances más o menos ortodoxo y recogerse satisfecho en tablas una vez confluido el examen.
Y el nuevo aficionado también contagiado de estas fruslerías se ha vuelto un súper-entendido en los aspectos más periféricos. Sabe de capas de toros, tal vez de orígenes de sangres, de colores de vestidos de torear y de aspectos íntimos de los hombres-toreros.
Todos son cada día más perfectos o van buscando la perfección. El torero cumple el protocolo ortodoxo e incorpora el pase de moda que cada año imponen las pasarelas. El año pasado fue la arrucina, este año tocan los aires y la orfebrería del toreo de capote de origen mexicano (saltilleras, caleserinas, zapopinas, etc..), el toro recorre noble y humillado trayectorias más o menos circulares y el personal sale satisfecho. Se acabaron las interjecciones que escribían muecas en las caras de los aficionados; gestos de exuberancia o de pesadumbre. ¡qué más daba! A eso se iba a los toros, a vivir algo emocionalmente grandioso. Ahora la fiesta en esta evolución manierista, academicista o estilista muchas veces aburre y otras empalaga. No se merece un lenguaje épico que la cante.
Tal vez sea la paradoja (antes se decía “el colmo”) de la contradicción, donde lo mejor aniquila lo bueno, donde el consumo voraz e indiferenciado del mercado ahoga la creatividad de la producción. Es la pirueta mortífera de cualquier ideología.
La Tauromaquia ha seguido y se ha contagiado de este caminar del mundo entre la contradicción renegada y la adaptación a un “como si”. Contagiada de un mundo y un modo de vivir engañoso de palabras y hechos, tan burlada como la embestida de un toro. Llevada a soñar con una idea de la Democracia en la que se suponía una mayor igualdad por el gobierno de mayorías y que se ha trucado por el depósito del poder en minorías tiránicas. Creyente de una mayor disponibilidad para la libertad de pensamiento se ve ahora empujada al pensamiento único para sobrevivir o a la obligada utilización de pensamientos-consigna grupales, de slogans repetidos, o de ideas evitadas que amurallan cualquier ingenio individual rompedor.
Todo y solo es moda. Y el lenguaje se hace siervo de esas no-ideas, al servicio permanente de una Re-negación de los conceptos, invitando a vivir una identidad y un desarrollo vital “Como Si”, donde las cosas son solo una sombra lejana de la verdad y de lo auténtico. Esa es la oferta: si quieres tener un lugar de reconocimiento has de apuntarte a los colectivos de moda. Tendrás que coquetear con la insignia de la homosexualidad (no sé por qué utilizamos la palabra gay cuando tenemos ese vocablo español que define mejor lo que es), tendrás que ser de izquierdas para asegurarte que tienes barra libre al ejercicio del insulto o de la ignorancia, apuntarte a derribar al hombre cien veces muerto, a sentirte el héroe matador de las raíces que tienen solidez histórica, y ¡cómo no! a apuntarte a ser Anti-Taurino que es lo que se lleva, abrigado en una aplicación bastarda del naturismo y de la ecología e ignorando la cultura que la Tauromaquia arrastra desde siglos, identificándote así como el más ignorante turista de este país, o el hooligan más grosero armado con bates de beisbol dispuesto a destruir culturas. ¡Todo y solo la moda! Ese es la peor y más cobarde asesina.
Volverá, es difícil que desaparezca de nuestra raíz ibera una cultura de siglos tan emparentada con la realidad existencial y emocional del hombre. Sufrirá, como otros movimientos culturales el rito de Ida y Vuelta, y en ese trayecto se enriquecerá de cosas y se empobrecerá de otras. Es el sino de toda creación humana.
La tauromaquia que conocemos de su origen español, salvaje y popular habrá de seguir los caminos foráneos de América latina, Francia o el inicio desde las Escuelas taurinas, para volver más sofisticada, más “científica”, más técnica, metódica, “educada” y más adaptable a esa corriente humana que camina por esa locura de querer reducir la expresión de sus emociones.
Habrá desaparecido el maletilla que aprendió en terrenos prohibidos con pagos de sangre generosa nacido en esa tierra de miserias y “jambres” de sueños persiguiendo abundancias, o el adolescente pícaro o suicida que se jugó su futuro a un cartel, o el muchacho con dolor ambicioso de hombría, riqueza o fama que aprendió mirando al sol sin deslumbrarse porque quería volar hacia arriba, o el señorito metido a aventurero para gozar de lo imposible. Y con ellos, ese Toreo de sueños, de odios, rivalidades y amores desaparecerá sin retorno, y la Tauromaquia, la Fiesta de los Toros, habrá perdido el sello de Romanticismo de goce y muerte que siempre tuvo.
No tengo el entusiasmo necesario para seguir corrida a corrida esta temporada pero no quiero que pase sin dedicarla un espacio a memorias futuras o ajenas, así que seleccionaré y reseñaré alguna de las cosas que me hayan llamado la atención.