Y … Morante dijo que dejaba de torear. Y allí mismo, se descabalgó de cuantos compromisos tenía concertados. Yo estaba allí. Sé que ese acontecimiento …“no fue la mejor ocasión que vieron los siglos” … , pero no me resisto a intentar describirlo con el mayor sentido épico posible. La tragicomedia siempre tiene dos caras
Antes quiero reafirmar mi identidad taurina: aparte de este suceso que puedo escribir con desigual fortuna, me declaro que soy morantista, que lo he sido, y que lo seré mientras lo vea o lo recuerde.
Ocurrió en la Real plaza de toros del Puerto de Santa María el día 13 (maldita sea la fecha) de Agosto de 2017. Morante se había dejado acartelar en un mano a mano con el Juli, pensando en un “baño” de admiración “al gusto” aquella afición torerista hasta el tuétano. Todo estaba preparado y bien preparado, la “pureza” de la incertidumbre del sorteo se la había llevados los afamados vientos de la chapuza gaditana. Cada torero traía sus tres toros a torear de la ganadería que hubiera elegido. El servicio veterinario de la plaza solo tenía derecho al veto o a la aprobación. Al Juli le rechazaron los de D. Ruiz y le dieron una mezcla de lo que cría la tierra (Domecq-Bohórquez), que a la larga le fue bien. A Morante le respetaron su elección (Núñez del Cuvillo) pero los toros de su lote no sabían o no recordaban el repertorio que traía preparado el Maestro dando lugar a un desajuste monumental que concluyó en una de las tardes más nefastas del diestro. Éste encontró una explicación de lo sucedido solo aceptable a la Fe y a su conciencia: que los veterinarios no habían sabido elegir los toros y que además los criaban excesivamente grandes para poderse ajustar a su personal Tauromaquia.
En plena “perreta” psicoemocional anunció su retirada de los ruedos y la renuncia inmediata a los compromisos firmados, unos próximos y jacarandosos como Sanlúcar otros serios y distantes como Bilbao.
¿qué le habrá pasado a Morante para que este fracaso haya tenido esa trascendencia?¿había algo previo? Lo ignoro, porque una semana antes y ante ese mismo público él se había extasiado de aplausos con un toreo de salón frente a un novillo semi-inválido que salió a morir caminando. Y aunque venía revuelto en vientos musicales por una tarde aciaga en San Sebastián, ya sabemos que Morante es un torero-artista, y como tal, de inspiración imprevisible, infrecuente y pródigo en desenlaces en los que el silencio, los pitos o las broncas son un más frecuente acompañamiento. No es de suponer que un fracaso más fuera constitutivo de trauma.
Sin embargo, ciertos signos simbólicos, evidentemente anunciaban que alguna pre-concepción o expectativa mágica se esperaba del acontecimiento.
La aceptación de un mano a mano en los toros no se entiende si no hay un substrato de rivalidad a dirimir. Y para esto Morante no había elegido bien su rival. El Juli, cada día viejo por ser más sabio, de afición re-calentada en sus sueños otoñales, y abanderado de ambiciones competitivas, no era el mejor rival. Así fue. Mientras Morante penaba sus quimeras truncadas, el Juli hacía saltar palmas por bulerías y sus toros viajaban al desolladero “soltados” de casquería. Morante cayó en el habitual pecado de los “genios-dioses terrenales” que encerrados en la extraña sabiduría que les aportan sus sensaciones, creen saber lo que desean el mundo que les mira, pero se desconocen a sí mismos y sus propias flaquezas. Y Morante no es competitivo, se arruga ante el rival porque éste le exige un trozo de espejo del que él aspira su ocupación total, y cuando se arruga un trozo de su orfebrería artística cae en privado la totalidad de la obra sin un mal plan B que la salve.
Morante había llegado a la plaza si no en carroza, si engalanado con la solemnidad cardenalicia que exigiría oficiar un Te Deum. Arenizó vestido de azules, de ese azul que llaman “francia” porque no es encasillable en distintas metáforas cromáticas habituales (no era un azul celeste, turquesa, pavo ni marino, así que hubo que importar un azul del más allá). Sobre ese infinito de base un bordado de hilo blanco delicado y abigarrado – bordado de mano de monja – se extendía en dibujo de inspiración galáctica, allá donde el barroco se desliza a churriguera.
Era un vestido solemne, de lectura o proclamación de Encíclica, de donde emergía la cabeza de Morante metido a revolución estética taurina de la que espera ser consagrado Virgen inmaculada a la búsqueda de un sistema de creencias en el que asentarse
Anda el mozo revuelto ahora en una vorágine de trasmutación de identificaciones que le tiene en un sinvivir. Su quimera es y será siempre ser el Simpecado de una religión aún por descubrir. Casi lo logra como estampa de ese apóstol perenne que es Arrabal, trompetero desafinado del esoterismo exótico; y ahora sigue los pasos neblinosos y nostálgicos de las ideas añejas de García-Trevijano, héroe caído de la nunca bien añoñada Platajunta. En esa trasmutación de identidades él quiere rebelarse frente al canon de las normas taurinas a las que cree haber exprimido hasta su esencia. Intentaba hacer ahora algo parecido a la Desestructuración del toreo, al estilo que hace Ferrà Adriá con la Tortilla española, el toro por un lado, él por otro, y los avíos meciéndose al compás de un viento de levante (inexcusable en esta plaza) que no facilitaba la armonía. Esta vez, no tuvo suerte, no le salió bien.
Su primer toro, feo y excesivamente gordo no se paraba, ni Morante encontraba sitio ante él ni ante el viento. Los dos se pasearon y se saludaron con desdén. Morante dio el turno por pasado medio satisfecho de haberse “mostrado” a la concurrencia. Al final lo despachó sin gusto, en esa extraña forma, “tan currista”, de salirse de la suerte sin haber entrado en ella.
Y esperó mejor fortuna en el 2º de su lote. Cuando éste salió, se encontraron y se miraron frente al burladero del 3, algo se dijeron con la mirada. En ese idioma inefable pudo entenderse un desaire mutuo.: – Ni tu pa’ mí, ni yo pa’ ti. Y así fue. No volvieron a verse las caras hasta bien pasado el tercio de banderillas. El Lili, Carretero y Sánchez Araújo, entretuvieron al toro en la casa-puerta. Cuando Morante tomó los avíos finales, a esas alturas el toro ya pensaba que le había correspondido en becario para la suerte de la eutanasia. Tan alejados y cruzados estuvieron siempre uno de otro, que hasta intentó el descabello desde un lateral. Bueno, no le salió; si acierta lo patenta.
Y por fin la última baza. No parecía un mal toro, incluso Morante pareció tomar su pulso torero y se aproximó en unos lances que le recordaban. Eso sí, entre él y el toro, el viento ya amansado circulaba con amplitud. Pero llegó un momento en que Morante se paró, algo se iluminó o se apagó en su mente y un pensamiento frío y negro como un escalofría le invadió con una idea fija: Éste no es mi día, – se dijo,- ésta no es mi profesión – se murmuró – y éste no es mi sitio – se susurró escondido – . Todos vimos que en aquél momento el toreo había salido de su cuerpo. Los tendidos internos de su alma se llenaron de cemento, su identidad voló a ningún sitio, su cuerpo se hizo maniquí y su boca, tantas veces llena de metáforas y de sentencias, se quebró en un: – Esto se acabó. Me voy.
El Juli, de vergüenza callada, se prohibió salir a hombros por respeto a un ilustre cadáver.
Morante se fue. Ahora, su sombra taurina le vigila y le sigue de lejos. Ambos ignoran si volverán a encontrarse.