Reconozco que estoy fuera del tiempo de interés periodístico sobre tema. Esto tiene el inconveniente de que encontraré menos lectores posibles, pero quizás por esa distancia témporo-emocional en la que deseo instalarme, tendré la ventaja de unos lectores menos apasionados, menos aprisionados en un posicionamiento de lucha (atacante o defensiva) y más proclives a una aprehensión comprensiva del rito.
Ha sido intencionado haber dejado pasar este tiempo tan saturado de simples opiniones lanzadas como vehemencias ideativas, tan lleno de formalismos expresivos que buscan el impacto popular para una sensibilidad ya preparada, y tan sobrecargado de seudopensamientos-consignas que solo buscan la descarga maleducada de la acción coreada de grupo, para intentar pensar con cierto sosiego sobre el tema. Sabemos que la tarea de hacer pensamientos requiere tiempo, soledad y una cierta capacidad de tolerancia al dolor de la duda, del no saber previo y de la incertidumbre.
No puedo negar que este escrito tenga como base mi identificación con el taurinismo ni que la espoleta para su publicación haya sido la decepción causada por la sentencia del Tribunal Constitucional del 20 de octubre tan magníficamente comentada por mi co-aficionado y amigo, Tomas-Ramón Fernández (catedrático de Derecho Administrativo) en su artículo publicado en el periódico EL Mundo (4 de noviembre de 2916, pag, 5 -sección Opinión-) , en la que si “dictaba sentencia” sobre la Prohibición de Prohibir la Fiesta de los Toros, dejaba abierta sin embargo a cada Comunidad la posibilidad de ejecutar desde sus competencias particulares las modificaciones que considere adecuadas en materias que afecten a los espectáculos públicos como a la protección de animales. …, lo que abre la puerta a todas las modificaciones posibles hasta la desnaturalización de la misma. Es decir No, pero Sí. La justicia, como siempre llegar Tarde (cuando se ha impuesto como norma de conducta político-ideológica), Mal (no respeta algo por encima de la Ley que es el Patrimonio Cultural de un Pueblo) y Nunca, su sentencia fácil de contradicción, equívoca, ambigua, consentista como una persona melindrosa asustada que se deja chulear por el vocerío callejero y “políticamente correcta” deja al desnudo la Fiesta Nacional – Gracias Tomás-Ramón por no dejarte llevar por esta innecesaria “inversión lingüística” y casi vergonzosa que se hace del nombre de nuestra Fiesta – frente a nuevos embates de masas teledirigidas contra su esencia y significado (ahí está la desnaturalización del Toro Enmaromado – ahora “ de las peñas “ – de Benavente, o la pérdida de categoría de interés tradicional del homónimo toro de Astudillo, etc.. )
Hablo como viejo espectador de Corridas de Toros. Tengo aún en el recuerdo mi asistencia a la primera corrida de toros. Tenía 8 años y no creo que mi sensibilidad fuera en absoluto distinta a la de otro niño de antes y de ahora con esa misma edad.. (¡No! Lo siento por las asociaciones de protección a la infancia, ¡no denuncié a mi padre!, al contrario, nunca le agradeceré bastante que me abriera los ojos a una cultura tan rica y variada). Evidentemente no sabía nada de “eso de los toros” y aunque deslumbrado por la cantidad de impresiones sensoriales que produce una corrida: luz, música, colores, emociones etc., conservo como recuerdo más llamativo y más difícilmente de pensar el hecho casi imposible que hombres tan pequeños, con defensas tan exiguas y con un instrumento tan sencillo pudieran dar por tierra en un instante a animales tan bravos, grandes y poderosos.
Es evidente que en ese momento y ante esa confrontación, yo ya aposté y me identifiqué con el lado humano y no con el animal. En eso me diferencio básicamente de los antitaurinos. En eso y en la curiosidad que se despertó en mí ante algo nuevo y desconocido. Ha pasado mucho tiempo, he visto muchas corridas, desde luego varios centenares, y aunque probablemente ya me interesa menos ir a una plaza como espectador no ha dejado de interesarme como aficionado para seguir manteniendo la curiosidad por los múltiples aspectos culturales de la Tauromaquia. Esta es la otra diferencia con ellos (los antitaurinos), el impacto ante lo desconocido (lo que lleva cierto tiempo conociéndose como “impacto estético”) me sirvió de estímulo para un intento de desarrollar un conocimiento más profundo y completo del fenómeno (lo que lleva cierto tiempo conociéndose como “la aprehensión de la belleza de un objeto)”. Evidentemente algo muy distinto a la opinión surgida de las primeas y superficiales sensaciones no elaboradas y la subsiguiente sanción moralista tendente a una actuación sancionadora inmediata (¿les suena esto a las políticas autoritarias verdad?)
¿Cuesta tanto trabajo pensar en lo que puede significar la existencia en pleno siglo XXI de un rito tan primitivamente representado en estas fiestas populares? No se trata además de un fenómeno aislado, a lo largo de todo el territorio español y de norte a sur, por tierras de Cataluña y Levante, Aragón y Navarra, las dos Castillas y Andalucía, decenas de pueblo hacen festejos semejantes de “un juego del toro” al que se conduce y dirige su carrera.
Este ceremonial es hoy festivo pero no hay que olvidar un pensamiento freudiano que aunque corregido nunca fue del todo negado: que lo sexual (festivo) se asienta sobre la autoconservación (satisfacción instintiva primaria). El final de este rito es la muerte del toro ya sea de forma directa (Tordesillas, Benavente, etc..) , o se escinde la ceremonia y la segunda parte se representa y completa en la Plaza de Toros, (antes plaza del pueblo) en la que se ejecuta la muerte con un objetivo final: de uso del animal como aprovechamiento alimenticio. En este caso doblemente utilizado: a nivel real (incorporado al “pueblo” como alimento) y a nivel simbólico como derecho del “matador” a un triunfo popular (éxito del torero) y ofrenda a éste para que reincorpore a su “ser” los aspectos que se sienten más valiosos del animal, (ahora representado por los trofeos de partes anatómicas del toro y en algún lugar – como Coria – conservando aún el carácter primitivo de interiorizar el aparato reproductor y anexos como signo concreto de la capacidad de poder y fertilidad de este animal mítico.
No cabe duda de que estamos ante un Rito, y que como tal es muy probable que tenga un significado de recreación de una “historia” de un “tiempo sin memoria ni recuerdo” , cuya narrativa no puede historizarse en palabras y ha de recurrir a la magia del folclore o de la tradición como única forma de subsistencia. No es la primera vez que ocurre ni el único acontecer humano que se reproduce de esta manera. Y recordemos una máxima psicoanalítica que nadie ha sido capaz de desmontar: “Se repite para no recordar”.
No nos es difícil ver en la corrida de toros la traducción en espectáculo público de un rito iniciático y totémico de claro simbolismo sexual asentado sobre el instinto de conservación.
Y a mí, particularmente, no me es extraño aceptar la hipótesis de que en un tiempo imposible de definir y de ubicar secuencialmente, el actual toro bravo de la Baja Andalucía española (circunscribimos la zona para hacerla imaginariamente más verosímil), recorrió el territorio español como el “camino” obligado correspondiente a un animal migratorio, que viniendo de otras zonas el este y norte de Europa buscaba un hábitat más propicio y que paró en esa zona bien porque encontró un límite imposible de superar (el mar) o bien asentarse y adaptarse a un clima benigno que le proporcionaba amplios campos para su supervivencia como especie.
A lo largo de este caminar el hombre, ya agrupado y habitante en poblados de ”fácil paso”, tuvo que “librarse de la llegada de este animal” a su territorio doméstico encauzándolo hacia zonas más alejadas de sus lugares de asentamiento. En esta carrera me creo muy probable que algún elemento de la manada fuera encauzado hacia zonas protegidas del poblado donde era más fácil burlar sus embestidas hasta agotarlo y darle muerte para un festín carnívoro de la tribu. Esta es la base de auto-conservación del rito, y sobre ella, terminó recreándose un rito iniciático sexual o de ratificación del poder sobre el resto.
Con el tiempo, y ya el toro asentado en “su terreno” el hombre – vecino estable ahora – se atrevió a entrar en su territorio, a “jugar y burlarse” de él y su fiereza hasta poder aprovecharlo como alimento. Nació el toreo.
¿Por qué esta historia no ha podido encontrar otra narrativa más asequible que esta forma mágica del rito tradicional?
Las “razones” se me escapan. Hay mitos que se historizan y se constituyen en historia de ubicación témporo-espacial y mitos que no se pueden historiar. Tal vez ocurrió en un tiempo arcaico muy anterior a un lenguaje posible de comunicación. O tal vez – y esto lo creo más probable – el rito tenía elementos suficientemente rechazables por el hombre para conservase antes de su simbolización (proximidad al canibalismo, al parricidio, y otros tabúes que han sido necesarios instaurar para “hacer una historia tolerable que podamos contarnos”, y se ha mantenido como “fiesta no significada” pero sí necesitada de repetición para solucionar su re-negación. Aunque el principio de Repetición se imponga, huyamos aquí de la categorización que dio Freud a esta compulsión repetitiva como derivada de un Instinto de Muerte para pensar en ella como un intento de significarse e integrarse dentro del amplio campo de la Pulsión de Vida.
Tal vez nos asuste saber de dónde venimos, nos inquiete saber de nuestro primitivismo latente y presente en multitud de manifestaciones culturales. En ese caso un cierto número de personas elige “matar al mensajero”, o lo que es lo mismo “matar a la Cultura” como alternativa a entenderla.
Solo en la idiocia de una adolescencia estirada que tiene la creencia de hacerse por sí misma, de no venir de ningún sitio y de sentirse llena en ese vacío de la no trascendencia se pueden cometer con impunidad estos atentados. Solo desde la cobardía y la ignorancia, extraño matrimonio de la Justicia y la Administración de los Poderes Públicos se pueden consentir.
¡Pueblo de Tordesillas! No es la primera vez que la historia te elige como Campo de Justas frente a la invasión de lo foráneo, como escenario de la Rebeldía frente al Abuso. Os habéis sacrificado ya excesivamente como para soportar y tolerar otra humillación. Desafiad ese malévolo destino que juega tan siniestramente con vosotros. Desde mi taurinismo y mi defensa de la Tauromaquia
¡Os llamo a la justa rebeldía en la conservación de este vuestro – y nuestro – Toro de la Vega, en la conservación de este Rito!. La historia conserva como héroes a los valientes decapitados pero no a los cobardes entreguistas.
Valentín Rodríguez Melón
Aficionado taurino