Ha muerto Marcos de Celis. Un minuto de silencio en la Plaza de Toros de Las Ventas de Madrid me trajo la noticia. La muerte de un Nombre, porque al hombre que lo sustentaba hacía mucho tiempo que la vida le había dicho adiós.
Reconozco que cuando intento escribir sobre él me es difícil separar mis memorias de su realidad; tal vez porque él, su vida, fueron una combinación de torero, héroe, mito, y ángel caído que se trascendió a sí mismo para constituirse en parte de una biografía común compartida en silencio. La biografía silenciosa o muerta de la adolescencia y juventud de los años 50 a 60, una generación-bache en la historia de este país, que no tuvo otro espacio posible de existencia que el de las ensoñaciones. Venidos desde la difícil supervivencia a una guerra de olvidos, se nos empujaba hacia adelante sin más mochila que una historia épica cantada sobre experiencias de miserias y sin otra imagen del futuro que un pasado de ideologías anacrónicas.
En aquel enclaustramiento del tiempo y del espacio que invitaban a la parálisis o la pasividad de la inercia colectiva, solo se podía crecer en sentido vertical: hacia la gloria de los místicos o hacia el infierno de los desgraciados; Marcos de Celis lo hizo en ambas direcciones, sin miedos, a tumba abierta, vertiginosamente. Por eso fue, sin saberlo, nuestra sábana blanca receptora de sueños sin fronteras.
Él llegó desde Villamoronte a torear, se le adivinaba torero desde la lejana distancia que evoca una profesión ya corporizada. Torear era su vida, y el entusiasmo juvenil le hizo llenarse de un nombre con alientos infinitos; eran los tiempos de ser novillero puntero. La fama se enamoró de él y lo engolfó tejiéndole velos de grandeza. Una canción-himno grabó la imagen que le precedía en su caminar: ….”Marcos de Celis, de Castilla la gloria ….” haciendo de su vida una quimera que todos compartíamos … “tú llegarás donde llegan los más grandes ….. Con esa canción, tu pasodoble, balanceábamos torpemente nuestros primeros cuerpos de hombre en aquellas verbenas de barrios, ““Marcos de Celis, cuántos pechos suspiran ….. “músicas rumbosas (había que vivir) o de boleros con imaginerías casi prohibidas hasta la mayoría de edad. Eran los tiempos de amores compartidos en esquinas oscuras o en portales negros, de los goces de intimidad perversa y de confesionario culpabilizante. De todo eso nos sacaba tu pegadiza melodía y convertía en fantasías posibles nuestros sueños improbables.
Tu biografía es la biografía imposible de la no estadística. Tu historia no fue una historia marcada por números, fechas, o quincallería maloliente. Era una historia de gestos, de relámpagos de valentía inigualada en tus entradas a la hora de la verdad en la que tantas veces despreciaste los engaños; o era la historia de creaciones artísticas inefables que a los toreros del Sur les fascinaba; o era también la historia de los triunfos despreciados porque los considerabas inmerecidos (Puerta Grande de Madrid); o la historia de la Fidelidad a la Verdad y al compromiso, y ahí está tu boda con Luisa Gato escenificada con el mismo relumbrón espectacular que tienen las bodas de artistas del papel cuché. Y como contrapartida también la historia sembrada de fugas, retiradas o de rompimientos inesperados. Una Historia grandiosa escrita por ángeles o por dioses en rivalidad permanente.
En un momento los dioses te nublaron la vista, escondieron tu naturaleza tanto de romántica como de mística y te pusieron hábitos foráneos de conquistador aventurero de Indias. No te fue bien tu aventura americana, el cuerpo empezó allí a romperse, luego llegaron las sangres de arena y el alma que se te iba por esos nuevos agujeros. Parecías gozar con tu propia destrucción, y en un arranque de coraje fuiste a ver la cara del infortunio a las negras honduras de una mina belga. Querías ver la muerte de cerca. Mirarla a los ojos y convivir con ella y ver si podías torearla cargando la suerte. Te llevaste en secreto la evaluación de la experiencia, aunque me temo que ella se gozó en tu martirologio.
De vuelta de aquél Ángel Caído te re-encontraste con tu torería y volviste a confiar en acartelamientos de figuras. Fiaste mal, los empresarios solo saben de deudas de dinero, no de deudas de honor. En la rabia que da la desesperación buscaste tapar la impotencia a bastonazos, solo hiciste rasguño a las imágenes; ellos huyen más deprisa y el corporativismo sacó a relucir su pacto de omertá vetándote una y mil veces. Tu espejo te dijo en San Sebastián de los Reyes que seguías siendo torero, pero los dioses malos te quebraron la espalda, y así te deslizaste hacia abajo sin billete de vuelta. De aquél cuerpo de torero no quedaba nada, ni siquiera el resentimiento, solo el Dolor.
No sé si un ángel bueno o malo te enseñó el secreto de la venda negra de los vapores anestésicos. Por ahí se inició tu último caminar público, en las sendas sinuosas de la humillación y la burla, entre la marginación y el desafío.
Un Hospital Psiquiátrico fue “el burladero” primero ocasional y luego ya permanente de soñar capotazos al toro de la Vida, una vida que Luisa Gato te traía semana tras semana generosamente, fielmente, sin un reproche, a veces sin la espera de una sonrisa, hasta que el toro de la muerte se la llevó.
Ahora ya estás fuera de este mundo de juegos locos de dioses de fortuna o de desgracia, convertido en fantasma de piedra velando tus armas de Torero, rondando los Campos Góticos de tu Palencia en la esperanza de torear una corrida: hoy aquí, ayer en memorias privilegiadas y siempre en el cielo.
Me queda tu pasodoble, con su letra de grandiosidades frente a mis miserias, y tu música que me retorna a sueños y esperanzas nunca abatidas de mi juventud.
“… Marcos de Celis, de Castilla la gloria ….”.
Valentín RODRÍGUEZ MELÓN
Médico-Psiquiatra
León