Un toro ha matado a Iván Fandiño, le ha corneado cobardemente contra el suelo cuando el torero estaba caído inerme en la arena. El toro, un toro de muerte, cumplió su papel; el torero y la tauromaquia cumplieron también su rito de sangre. Esta vez fue en una plaza del Sur de Francia, el país que parece que va a acoger el patrimonio que nosotros hemos malgastado y desdeñado.
Iván Fandiño murió en la ambulancia, entre el sonido de sirenas de un traslado urgente y asustado. En la Plaza se habían dejado el cuerpo de la vida; al Hospital solo llegó un cuerpo para el diagnóstico de una autopsia. En ella no se revelará que Iván era un grande de España, un grande de nuestra Fiesta, un grande de Bilbao.
En esas prerrogativas que tienen los de Bilbao de nacer donde les plazca había nacido en Orduña, allí donde el monte vasco hace guiños a la meseta castellana y viceversa. Indudablemente era un “torero del norte” con todo lo que esto supone: firme, valiente, dominador, ortodoxo. Y además creedor de sí mismo, por eso era de Bilbao. Nació valiente por eso se hizo torero, y se esforzó en ser torero para dar cauce a su valentía. Brujuleó para aprender por plazas del País vasco-navarro y del sudoeste francés, donde se encontró con la mano amiga de Néstor para dirigir su ruta, y ya siempre caminaron juntos. Néstor e Iván, Iván y Néstor, cada uno creía en el otro, fuerza de nobleza de sangre obliga. No necesitaron entrar en cadenas de tour-operator para llegar al triunfo. Y ya en triunfo de Maestro visitó Valencia, Sevilla, se adueñó de Bilbao y Madrid le abrió su puerta grande en 2014; desde entonces le guardó siempre su sitio, sitio de placa de azulejo esperando el retorno de sus horas bajas.
Hombre hermético, duro, que ocultaba en su arrogancia cualquier atisbo de miedo o concesión al enemigo. Torero cabal, de distancias cortas, de brazo firme para domeñar gañafones, de pecho ofrecido para la arrancada y de embroque en la bragueta, que la hombría está para mostrarla. Torero de canon ortodoxo. Torero de matar, en cuya suerte definía mejor su estilo: de frente y por derecho; (¡la cruz de alivio que la haga el toro!). La nobleza del verdugo a la víctima proponiéndole cambiar papeles en el último momento. Estilo tal vez arrancado a estirpes de los antiguos “matatoros” vascos de los siglos XVIII-XIX que bajaban a la meseta y a los llanos extremeños, manchegos y andaluces a ejecutar ceremonias.
Hechicero enigmático de la verdad, fue a morir el día y la hora en las que en otros lugares la Tauromaquia hacía culto a la cultura de la estética. Él vino a decir que siempre hay una cultura de sangre que la envuelve, es la verdad que se asoma debajo de la palabra Fiesta.
Murió también la víspera de un Corpus. Día de fiestas taurinas. Los balcones de calles procesionarias colgarán crespones, como de capotes y trajes de toreros, recordando al torero serio que gustaba de vestir de trajes de colores claros, amarillo, mandarina, rosa, etc. . Vistiendo uno de estos últimos murió, con su traje rosa y oro, el color del traje de muerte de los Fabrilo.
Adiós Iván Fandiño, torero cabal, torero noble, valiente, torero de la verdad por delante, torero de identidad torera, sin concesiones a extravíos identitarios.
Te vas en el silencio de la muerte. Tu Vista Alegre tendrá ahora una mirada triste y sus arenas grises serán para siempre un punto más oscuras.
Nos queda el dolor de escribir demasiados obituarios.
León a 18 de junio de 2017