Pues no se sabría decir con exactitud cuál es el orden de las cosas, si tú naciste para el toreo o el toreo nació para ti. Lo que es indudable es que en tí ser torero es algo más profundo que un deseo, que una vocación, algo casi rayano en una necesidad biológica de existencia. Como va en la esencia de tu mismidad, ya sea por tu ADN, por tus identificaciones o por la fuerza de un entorno, no te queda otro remedio que torear para vivir o viceversa porque toreo y tú sois inseparables. Solo la historia de la Tauromaquia remontándose siglos atrás puede encontrar semejanzas contigo en Joselito el Grande. ¿Qué fuiste antes niño o torero? ¿Tu primera comunión te introdujo la fe religiosa o de confirmó la torería? Y porque ya eras demasiada fuerza biológica para desarrollarte en un país con normas, como otros – pero mucho antes – tuviste que recurrir a esa madre de alquiler amplia y tolerante con la exuberancia que es México.
Paradójicamente frente a esas condiciones innatas que a cualquier otro le hubieran permitido realizarse sin excesivos sobreañadidos, tú presentas una “hoja de servicios” de meritoriaje taurino que nadie la iguala en la historia. Fiel a la sentencia de Goethe: “lo que has heredado, adquiérelo a fin de poseerlo”
Tu punto de partida es el de un “niño precoz” que ha de pasar por la experiencia obligada de un exilio oficializante. Seguiste luego como adolescente arrogante exhibiendo recursos y baratijas brillantes de suertes adornadas, para pasar a alternarte como joven competitivo y contrapunto de efímeras figuras que jugaban a rivalidades. Fuiste, sin querer, torero taquillero comprado y vendido al por mayor, desde intermediarios sin escrúpulos que servían intereses ajenos, hasta caer en el inevitable e inexorable “bournout” asistencial, el del cansancio y la abulia pasiva y rutinaria. Hasta ahí, eras el Juli “de los otros”, “de nosotros”. Tuviste que matarlo y que matarnos para renacer como propio.
El coraje para alumbrar este renacimiento te llegó de donde siempre, desde tu afición sin límites puesta al servicio de la Gratitud, la Honradez y la Generosidad de ser prohijador de causas y justicias (cunas de valores nobles) para entregar a la Fiesta lo que ésta te debía y te seguía pidiendo, ser lo que prometías: el Rey, en número uno.
Cuando te encontraste a ti mismo, liberado de deseos ajenos para escribir tu propio destino o seguir esa capacidad de aprendizaje nunca extinguida, el espejo te mostró tu imagen real, la de Figura y Maestro de una época. Así, cuando pudiera parecer que lo habías cumplido todo y podrías permitirse “estar de vuelta pasiva de todos los records”, el deseo te rescata. Y vuelta a torear, y el Juli siempre como maestro de toreros y de toros. El Juli siempre acartelado en la cabeza; es el Juli insaciable que se empuja a sí mismo una y otra vez para llenarlo todo en la torería.
Consecuencia de toda esa trayectoria hoy te sabes, y te saben, que eres el mejor representante de ese toreo cabal, toreo de poder honrado, sin superficialidades ni gestos a la grada, toreo hondo, duro, rotundo, sin concesiones, largo, de manos bajas, mandón, toreo de siempre, que se añora cuando falta porque es el canon que marca tanto el camino como la meta. Toreo de Rey, de número Uno, toreo de Poder y de Trono, que se asoma ver cómo se acercan los otros a aprender y a aceptar jerarquías. Torero Grande contra vilezas de presidencias envidiosas (Madrid, Bilbao, etc..)
Tu afición te trae, nuestra afición te espera.
Julián López “EL JULI”